(Fotos: Violeta Ayasta / @photo.gec)
(Fotos: Violeta Ayasta / @photo.gec)

Es un error creer que un proceso constituyente inevitablemente llevaría a una Constitución más orientada a la economía centralizada y menos a la de mercado. O a una más redistributiva. Perú es un país de agendas múltiples donde dudo que alguien sepa realmente qué puede salir de un proceso constituyente, menos cuando la principal razón por la que muchos quieren una nueva Constitución es porque esperan castigos más fuertes contra los corruptos, incluso la pena de muerte. A eso sumemos a los grupos que buscan eliminar cualquier forma de solidaridad en el sistema previsional o a los movimientos reaccionarios que impulsan agendas dogmáticas. Las fuerzas jalan para lados distintos, hacia destinos contradictorios y que no necesariamente son los que tienen en mente quienes promueven decididamente una nueva Constitución. ¿Significa eso que se debe negar a rajatabla cualquier debate? Lo dudo. Sería un error no reconocer el sentir ciudadano de trazar una línea que marque, aunque sea simbólicamente, el punto de inicio de un nuevo comienzo.

En la práctica, además, los cambios constitucionales vía asambleas constituyentes difícilmente implican un giro de 180 grados. En el caso chileno, por ejemplo, los miembros de la constituyente necesitarán aprobar cada artículo con 2/3 de los votos. Si a eso se suma un candado de salida para que el documento final sea también probado por 2/3 de los votos y llevado a una votación popular para que los ciudadanos voten sí o no, las probabilidades de que el resultado final no sea diametralmente distinto a lo que tenemos son muy altas.

Lo que quiero decir con esto es que no se tiene por qué satanizar el momento reformador que se está viviendo. La democracia está viva y es mejor escuchar sus mensajes. De lo contrario, sin que nos demos cuenta, la consumación podría ser inevitable, dirigida por personas como las que tenemos hoy en el Congreso.