(Fotos: Jesús Saucedo / @photo.gec)
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Bryan e Inti debieron volver a sus casas después de una protesta pacífica, pero eso nunca podrá ser. El dolor de la pérdida quedará grabado en los ojos de padres y familiares de estos dos peruanos que fueron inexplicablemente asesinados. La justicia debe llegar. Tras la imposición de la banda presidencial a Francisco Sagasti, intelectual, de indudables convicciones democráticas, un color esperanza empieza a pintarse en el horizonte del bicentenario.

El encargo a Sagasti es acotado, pero fundamental para reencauzar una conexión entre las autoridades y las demandas ciudadanas, hartas de una clase política y un Congreso trasnochado. La última encuesta de IEP realizada cuando aún la “ilegitimidad” de Manuel Merino nos inundaba, evidencia un contundente 91% que desaprueba que el Congreso haya vacado a Martín Vizcarra, no porque lo crea inocente, sino porque intuía la inestabilidad que viviríamos los peruanos. Cosa que ocurrió. El discurso de Sagasti y el contexto ha estado marcado por gestos acertados. El perdón a nombre del Estado y el tono de reconciliación nos han dado, tras una semana de convulsión, una sensación de alivio. Ahora lo necesario, sin discursos y con mucha acción inmediata, es regresar al Perú a los ejes básicos. Restablecer la confianza institucional, una Policía a la altura, garantizar absoluta neutralidad para unas elecciones libres, mensajes claros sobre nuestra afectada economía y controlar la pandemia.

Por otro lado, los vacadores que negocian bajo la mesa han sido pillados con “las manos en la masa” por la ciudadanía. La elección de abril será el mejor momento para cobrarles factura a los oportunistas.

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