(Foto: América TV)
(Foto: América TV)

Verónika Mendoza se despertó del letargo con el que arrancó la campaña. Le fue bien en el debate del domingo, se preparó, fue empática y sus ideas fueron claras, además de que confrontó con sus adversarios (Lescano, en particular) cuando tuvo que hacerlo (ella y Keiko Fujimori fueron las mejores de la noche, a mi parecer).

Sin embargo, ha demostrado que la izquierda a la que representa sigue anclada en un dogmatismo ideológico y decimonónico. Insiste en el cambio del modelo económico, en la necesidad de un Estado con un rol protagónico en la economía, y apela a una retórica antiempresa. No sabe explicar cómo financiará los bonos, y los programas de empleo e inversión pública que ofrece, y no se entiende cómo lo hará si es que continúa con ese sesgo en contra de la inversión privada.

Difícil que con ese discurso logre cautivar a los electores de centro que aún no definen su voto y, aunque pueda arrebatarle votos a

Yonhy Lescano (su principal contendor) tras el debate, no será fácil que lo desplace. Lescano ha sabido capitalizar muy bien el malestar de cierto sector de la población apelando a una retórica populista y reivindicatoria, y difícil que tras el debate haya grandes cambios en las tendencias. Los votos que pueda arrancarle a Pedro Castillo, el dirigente magisterial y candidato de la izquierda radical, tampoco serán suficientes para garantizar su pase a segunda vuelta. Aunque tres semanas son una eternidad en el Perú, Mendoza la tiene cuesta arriba.

Y es que pudo haber liderado una izquierda moderna, que abrace al mismo tiempo la economía de mercado y el progresismo político, para así redistribuir mejor y alcanzar la esquiva igualdad de oportunidades. Ejemplos de partidos de izquierda modernos sobran en países democráticos (basta ver al partido laboralista en el Reino Unido). Pero no, decidió prevalecer en el purismo ideológico de viejo cuño y creo que ese es su talón de Aquiles en esta elección.