Hemiciclo del Congreso de la República. (Foto: GEC)
Hemiciclo del Congreso de la República. (Foto: GEC)

El populismo que abunda en el verbo de los políticos del Parlamento actual −los del anterior no eran menos populistas, pero como creyeron que tendrían más tiempo fueron menos evidentes− confunde a los ciudadanos y desprestigia al Perú. Desde que juramentaron, unos y otros compiten para ver quién es más demagogo. Los congresistas de Acción Popular se confunden con los del Frente Amplio y UPP. Al final no se sabe quién es antaurista, quién belaundista, quién estalinista; y asolapados, todos, pretenden usar las falencias del Estado para arremeter contra la Constitución y el modelo económico que perfiló la disciplina fiscal que ahora permite entregar bonos paliativos a millones de familias arrinconadas por la pandemia.

Pero como la demagogia y el populismo son enfermedades contagiosas que rebrotan cada cierto tiempo, buena parte del Gobierno también se ha contagiado y ha contagiado, a su vez, a sus más oficiosos defensores. Ahora, varios de ellos cuestionan el crecimiento económico sostenido de las últimas dos décadas, lo acusan de ser estrictamente monetario y olvidan los otros indicadores de pobreza que, en los últimos años, logramos superar.

Es cierto que la inversión pública fue más que deficiente. Que la corrupción hizo que se invierta en obras faraónicas como el Gasoducto del Sur o la refinería de Talara en lugar de mejorar hospitales y escuelas, que redujo la reforma del transporte a un ida y vuelta de coimas y sobornos. Que las cárceles son antros de hacinamiento y crueldad. Que la eterna postergación de nuestro sistema de salud nos cobra ahora con hospitales en mal estado, con pocas camas UCI, con dramáticas carencias. Como también es cierto que el controlismo alejó a la pequeña empresa de la formalidad y que la mentalidad estatista que pulula en nuestro país frenó la inversión.

Pero lo que nadie puede negar es que el modelo económico, amparado en la Constitución que los radicales buscan petardear, fue el marco que permitió reducir la pobreza monetaria de casi 60% a 20% antes de la pandemia. Y que el crecimiento económico sostenido por dos décadas pudo reducir, además, otros indicadores de desigualdad: el año pasado el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, destacó que el Perú consiguió reducir del 20% al 12.7%, lo que los expertos llaman la pobreza multidimensional. Es decir, la mortalidad infantil, la asistencia escolar, el saneamiento, la electricidad, el combustible sano dentro del hogar.

Los defensores del modelo económico no hicieron el mismo esfuerzo en impulsar una mejor gestión pública que beneficiara a todos. El debate para promover la verdadera inclusión social se aborda solo en vísperas de elecciones. No obstante, lo que ha fallado no ha sido el modelo sino la gestión del Estado para convertir el crecimiento económico en desarrollo social.