Evo Morales. (REUTERS/Luis Cortes)
Evo Morales. (REUTERS/Luis Cortes)

Escribí dos días atrás que Evo debió aceptar el referéndum que perdió y que no debió postular a la re-re-re-elección. No veo espacio para justificar que no haya respetado la alternancia en el poder. Pero ese no es el asunto que ahora me ocupa de cara al futuro: estamos perdiendo de vista lo que significa para la región el avance fundamentalista llevado a niveles que serían caricaturescos si no fuesen terroríficos.

La única forma de deshacerse de los caudillos no puede ser a las patadas, tampoco justificándolo todo, como si en democracia los medios no fuesen igual de importantes que los fines. Por eso me llama la atención que gente bien informada y liberal, al ver las imágenes que llegan desde Bolivia, pase por agua tibia que militares y Policía intervengan como lo vienen haciendo en el país vecino. No solo “recomendaron” la renuncia de Morales, sino que lo desprotegieron a él, a su familia y a sus funcionarios. Lo mismo con la forma en que la religión y el racismo se están imponiendo violentamente en las calles bolivianas. Todo parece haber llegado envuelto en un mismo paquete.

Los líderes de la oposición boliviana se han mostrado inquietos por restaurar, crucifijo en mano, un viejo régimen excluyente de las mayorías indígenas, clasista y colonialista. Aquí las palabras de Eduardo Galeano parecen premonitorias: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.

Bolivia merece elecciones libres y justas, no ser víctima de una toma de poder violenta que ha impuesto a una gobernante que ha cambiado la Constitución por la Biblia. Este no es un tema menor. Bolivia es un espejo del Perú y fácilmente lo que pasa allá puede pasar aquí.

TAGS RELACIONADOS