Momento de la agresión de María del Carmen Alva a Isabel Cortez. (Foto: Cesar Campos / @photo.gec)
Momento de la agresión de María del Carmen Alva a Isabel Cortez. (Foto: Cesar Campos / @photo.gec)

No porque los despropósitos y posibles delitos presidenciales nos preocupen tanto debemos olvidar que en el Congreso se cuecen, asimismo, toda clase de habas. Y uno de los personajes que, hasta no hace mucho, tuvo la sartén por el mango fue María del Carmen Alva, representante de ese variopinto conglomerado que es la bancada de Acción Popular.

Si bien podría decirse que ejerció el cargo de presidenta de la Mesa Directiva del Parlamento sin mayor brillo, pero, en líneas generales, ateniéndose al reglamento, no fueron pocas las ocasiones en que se le inflamó tanto la vena autoritaria que su autoproclamada condición de demócrata quedó inevitablemente mellada.

Es ese rasgo antidemocrático lo que seguramente marcará para siempre su trayectoria política, pues se manifestó, más allá de desbordes verbales, en su cerrada oposición a que el periodismo pudiera ingresar al hemiciclo a cubrir las jornadas parlamentarias, mientras se mantuvo en el cargo. Que este Congreso tiene mucho que esconder, lo sabe bien la ciudadanía. Pero otra cosa es comportarse como un dictador bananero, obstruyendo prepotentemente la libertad de prensa y el acceso a la información, tal cual intenta hacer, a su manera, otro enemigo de la transparencia, el inquilino de Palacio de Gobierno.

Así, por ejemplo, en sus últimas horas de gestión al frente del Parlamento, se permitió condecorar en ceremonia cuasi secreta a un correligionario suyo tan discutido como Manuel Merino de Lama, en compañía nada menos que de otro sujeto de similar calado, también expresidente del Congreso, como es Luis Galarreta. Comprensible –aunque en modo alguno justificable– que lo haya hecho de manera tan apresurada y prohibiendo el acceso a los periodistas: a cualquiera le habría dado vergüenza hacerlo en público.

El espectáculo que ofreció hace unos días, cuando en un violento rapto de exasperación jaloneó a su colega Isabel Cortez, sobrepasó todo límite de decoro en una congresista de la República, pero no es más que la pieza que le faltaba al identikit.

Más preocupante que las bochornosas inconductas a que ya nos tiene acostumbrado este Legislativo es la pobre imagen que dan al país quienes serían llamados a hacer el contrapeso político, moral, de sensatez, a un gobierno manchado por la corrupción y de clara matriz antidemocrática. Penoso, por decir lo menos.