(Foto: AFP)
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El gobierno de Martín Vizcarra se acerca a su fin. A un año del cambio de mando, el país se encuentra en una situación caótica: crisis económica, sistema de salud colapsado, escándalos por doquier en el Ejecutivo y un Congreso que amenaza semanalmente el ordenamiento jurídico con proyectos de ley descabellados.

El presidente Vizcarra acudirá hoy al Parlamento para dar su último mensaje a la nación por Fiestas Patrias. Aquél discurso, a diferencia de años anteriores, no podrá ser uno donde se anuncien grandes reformas o medidas que generen incertidumbre, sino uno que genere estabilidad. Y, para ello, deberá enfocarse en medidas concretas de corto y mediano plazo que permitan que el país llegue al año electoral con estabilidad económica y con la menor tasa de desempleo posible, dado que, de no ser así, el electorado acudirá a las urnas en busca de un salvador populista, cuya única intención será canalizar la frustración de los electores para acabar con la institucionalidad y coartar las libertades económicas e individuales.

Por ello, si Vizcarra busca reactivar la economía en su último año, deberá poner los reflectores sobre el 70% que vive en las sombras de la informalidad, porque, a pesar de que se diga que los informales viven de espaldas al Estado, lo cierto es que el Estado vive de espaldas hacia ellos, porque, como se ha mencionado en diversas ocasiones en esta columna, la informalidad no es una enfermedad, sino un síntoma. La enfermedad es la excesiva regulación tributaria, laboral y municipal que ha generado que emprender en el Perú sea excesivamente costoso, y que solo el 30% de la PEA sea formal. Pero, para revertir aquello, se necesita más que eliminar burocracia y bajar impuestos, se necesita voluntad política, porque la ruta es clara, pero no será fácil.