(Foto: Shutterstock)
(Foto: Shutterstock)

En mi columna anterior, advertí que es poco realista plantear a las familias que durante la cuarentena tienen la oportunidad de hacer muchas de las cosas que no hicieron cuando no existía esa situación: comunicación, aprendizajes o proyectos descuidados, en medio del torbellino en el que vivíamos antes de.

Debemos entender que todas nuestras energías están invertidas en adaptarnos a una situación para la que no estamos preparados: ese santuario que se llama hogar se ha convertido, de un momento a otro, en escuela y oficina. Por más que digan que el teletrabajo y la teleducación estaban en el ambiente, eso no tiene nada que ver con trabajar en casa y estudiar en casa en medio de una crisis con altos grados de incertidumbre.

Los protocolos y reglas de todas esas actividades — la intimidad entre distintos miembros de la familia, el ocio, las tareas, el apoyo a las tareas, las reuniones de trabajo— se entreveran y generan una enorme cantidad de decisiones para las que no hay reglas claras. Y como lo sabemos quienes trabajamos con personas, hay algo que se llama estrés por exceso de opciones.

¿A quién le abro la puerta, puedo abrazar y besar a mis hijos, cómo dividimos el espacio, qué reglas de disciplina mantengo y cuáles relajo, equilibrio entre prevención e histeria?, para mencionar algunas que pueden ir de lo trivial a lo más complejo, desde el punto de vista moral y de la supervivencia.

No hay recetas, cada quien debe encontrar momentos de tranquilidad, y lo más probable es que funcione mejor lo que siempre nos ha funcionado. No nos exijamos hacerlo todo bonito, atrevámonos a veces a no hacer nada, ahora que mucho de lo que estamos enfrentando es desconocido. ¡Un poco de tolerancia con nosotros mismos!