Ministerio de Economía y Finanzas. (Foto: GEC)
Ministerio de Economía y Finanzas. (Foto: GEC)

La grave e incierta pandemia que sufrimos también ha puesto sobre el tapete la relación entre el Estado y el mercado. En situaciones normales esta relación se ha basado en la presión del poder económico y, no pocas veces, en la complicidad delictiva entre altos funcionarios y grandes empresarios. Hablando claro, los intereses de los privilegiados de siempre han buscado poner a su servicio a un débil Estado.

La obligada cuarentena –por la necesidad de “achatar la curva” del crecimiento de la población infectada– y la urgente reactivación económica –para no romper la cadena de pagos– han conminado a la economía ‘libre’ de mercado a acatar las decisiones del Estado.

En perspectiva, el coronavirus es una advertencia de lo que puede venir. La pandemia ya incuba muy grandes e importantes cambios en el modo de vida familiar, en la comunicación (trabajo remoto), educación, salud y otros. Entramos en una época de cambios en el mundo en todos los aspectos. Se tendrá que superar la vergonzosa existencia de la pobreza y la desigualdad que la origina. En este gran camino, la lucha por la ¡libertad y justicia! será, en los hechos, la base de toda verdadera democracia. Ahora, la libertad para trazarse el futuro que se anhela no puede ser conquistada por familias que no tienen agua potable y sí hijos menores que padecen de anemia. Y no se puede hablar de “igualdad de posibilidades” entre alumnos que egresan de un pequeño colegio comunal y los que estudian en los mejores colegios de la capital. Necesitamos una verdadera economía ‘social’ de mercado y un Estado eficiente, firme y con poder para no capitular ante los poderosos.