En su día a día, mi padre opera bajo dos premisas tan sencillas como antiguas: “Saludar no cuesta nada” y “No existe enemigo pequeño”. La primera aboga por la cortesía, pues, para él, todos merecen un mínimo de respeto. La segunda, advierte que ser innecesariamente cruel puede salir caro, pues una sola persona herida y resentida puede causar un daño desmesurado. Ambos refranes tienen en común la empatía, ponerte en los zapatos del otro, como modo de entender y navegar el mundo.
En una reciente entrevista, Elon Musk advirtió que “la debilidad fundamental de la civilización occidental es la empatía”. Esta visión la comparte con Donald Trump que prioriza la agresividad, dominación y velocidad como modus operandi.
Bajo este lente, los que se perciben como “fuertes” reciben deferencia, los “débiles” prepotencia. Geopolíticamente, esto se ha traducido en un trato preferencial a Putin y en desprecio contra sus aliados más cercanos: México, Europa y Canadá.
En especial, cuesta entender la provocación hacia los canadienses. Es difícil imaginar, hasta hace poco, una mejor relación entre países que la construida entre EE. UU y su vecino del norte. Comparten una enorme frontera pacíficamente. En ambas guerras mundiales y en Afganistán, los “canucks” apoyaron con recursos y tropas. En la crisis de rehenes en Irán de 1979, seis ciudadanos americanos encontraron refugio en la embajada canadiense, un acto de colaboración tan inédito que inspiro Argo, la película ganadora del Oscar. La cooperación es tan natural que las ligas gringas de fútbol, hockey y básquet cuentan con equipos canadienses.
Una rica historia que merece respeto, cortesía y diplomacia recibe, sin pedir perdón ni permiso, ofensas verbales, guerra de tarifas y la insistencia retórica de Trump en sugerir que un país autónomo y orgulloso sea anexado sin objeciones. El resto del mundo ya tomó nota, amigos serán tratados como adversarios.
Lo que ignora está visión es que la empatía no es una debilidad, pues la buena voluntad que puede generar un país (el famoso soft power), se traduce en el consumo de sus marcas, turismo, cooperación y, en el caso particular de Estados Unidos, en la aceptación del dólar como moneda principal. Con una velocidad impresionante se está recalculando esta ecuación.
Esto no solo está afectando la marca país, sino también la(s) marca(s) de Musk. Ante la agresividad con la que se están despidiendo trabajadores estatales, cancelando programas humanitarios y deportando inmigrantes, Tesla ha perdido un tercio de su valor en dos meses.
Es un nuevo mundo, uno en el que todos estamos (re)aprendiendo lo costoso que resulta ser prepotente.