La corrupción del espantapájaros. (Getty)
La corrupción del espantapájaros. (Getty)

El hombre de paja es, en esencia, un fraude. Engaña a los pájaros que merodean los cultivos, les hace creer que es un vigilante y, de ese modo, evita que coman semillas y frutos. Está bien llamarle espantapájaros. Hubo otra versión, la de los hombres de paja utilizados en los entrenamientos de combate. Los monigotes simulaban ser el enemigo. Eran útiles para que la infantería practicara ataques con bayoneta, en aquella época en la que se luchaba cuerpo a cuerpo. Pero también eran un fraude porque el verdadero enemigo pensaba, atacaba y era infinitamente más mortal que ese monigote de paja inerte. Esta figura, en la que una situación es sustituida por una imitación vulnerable, se conoce como la falacia del espantapájaros.

En el debate político, la falacia se utiliza para atacar. Incapaz de superar la fuerza argumental de una idea, se crea un enemigo virtual para distraer el debate. La escena la ocupa ahora ese holograma y no la idea central. Es lo que ocurre en estos días cuando, a propósito de una propuesta sobre la reforma política, el adelanto de las elecciones o los conflictos sociales contra la minería, se califica al autor de fujimorista, fachista, aprista, caviar o comunista. Estos sustantivos, convertidos en adjetivos, obligan al autor a defenderse tratando de limpiarse de la carga de insulto que llevan. Por eso la falacia es fraudulenta porque engaña al desviar el debate de las ideas centrales. Pero sobre todo es deshonesta, porque hace creer que ganamos el debate, cuando solo hemos clavado una bayoneta a un monigote de paja indefenso.

En el debate sobre la corrupción cometemos la misma falacia. El corrupto es un canalla vencido por su propia avaricia. Sin embargo, en lugar de hacer evidente esa conducta criminal, de entender cómo la ambición puede prosperar hasta el extremo de robar los recursos públicos, de investigar por qué diablos elegimos a esas caricaturas de políticos, de establecer por qué no hubo mecanismos de control o por qué fallaron los que había, aprovechamos la situación para desprestigiar a los grupos políticos a los que pertenecen. El enemigo real son las fallas en nuestra educación familiar y cívica que toleran la corrupción, pero no nos ocupamos de ellas. Tampoco buscamos respuestas distintas a las que imaginamos, ni escuchamos otros pareceres, ni nos preguntamos por qué otros piensan lo que piensan. El fraude en el debate es el peor porque lesiona almas e inteligencias. Hace falta honestidad intelectual y es lo que toca aportar.

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