El COVID-19 está causando un gran problema humano y económico en el mundo al ser muy contagioso, aunque no tan letal como otros virus. La preocupación es que si los casos graves aumentan, van a exceder la capacidad de los hospitales para tratarlos.

La OMS indica que el virus pierde fuerza en 14 días, lo que implica que un esfuerzo mundial coordinado para poner en cuarentena a la mayor parte de la población de las ciudades más grandes reduciría el impacto. Lamentablemente, por restricciones de su constitución, la OMS no recomendó lo obvio: aislamiento social y cierre de fronteras por 15 días. ¿No es mejor 14 días encerrados en casa que varios meses en zozobra esperando que el impacto vaya amainando o aparezca una cura o vacuna milagrosa? Los países lo están empezando a hacer, pero de manera descoordinada. Esto implica que el virus amainará en los países en diferentes momentos, complicando el restablecimiento del flujo de personas.

Perú ha elegido ese camino y en Europa cada vez se mueven más en esa dirección, con excepción del Reino Unido que plantea priorizar la economía. Soy consciente de que una medida de este tipo es draconiana y hace necesarias políticas complementarias para apoyar a la población y a empresas que tendrán problemas financieros, con énfasis en los más pobres y los sectores más golpeados. Si se hace un buen plan, se complementa con mayores pruebas de contagio, y la población actúa con civismo, reduciendo movimientos, se tendrá éxito. Es importante reducir el contagio y evitar lo que está ocurriendo en Italia, donde todavía sigue creciendo el número diario de nuevos casos.

Problemas extremos requieren medidas extremas.

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