(Foto: GEC)
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Es difícil imaginar un escenario peor al que enfrentamos: los números de contagiados y muertos por COVID no solo no mejoran, sino que nos acercan cada vez más a los primeros lugares de los rankings del mundo; simultáneamente, el costo económico de la cuarentena es brutal: las proyecciones nos ponen entre los países que mayor caída van a tener en su producción. Ante esta devastadora realidad, lo más fácil es culpar a la torpeza del gobierno –y no la estoy descartando–, o bien a la vileza –esto sí lo descarto– de la gente que no obedece, o a ambas a la vez.

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Pero lo cierto es que nuestra realidad era más compleja que la de otros países, y no supimos, no estamos sabiendo, lidiar con ella. Porque se tomaron medidas draconianas que solo funcionan para el sector formal –el más productivo–; de ahí la debacle económica. Pero en los hechos esas medidas desproporcionadas simplemente no rigen en el mundo informal –el más vulnerable–; de ahí la catástrofe sanitaria.

Nos hicieron creer que había que simplemente escoger entre salud y economía, pero la realidad era mucho más intrincada. Parafraseando a Churchill, entre debacle económica y catástrofe sanitaria escogimos la debacle, ahora tenemos ambas. La supuesta contradicción, muy al estilo hegeliano-marxista, no solo era simplista, era también falsa. Lo distintivo de los contextos de crisis es su complejidad, y esta solo se puede afrontar multidisciplinariamente precisamente porque está compuesta por múltiples aristas. Desde un inicio se habló de que había que pasar del martillazo –que es lo simple— a la “danza” o al “bisturí”, pero la complejidad de esas fases ha hecho que se pospongan ¿indefinidamente? Cambiemos el simplismo por coraje, porque necesitaremos medidas no solo complejas, también valientes –mucho pragmatismo y no más populismo– para salir de esta.

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Carlos Neuhaus 11-06-2020

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