Ante la pandemia del coronavirus, la sociedad chilena, paulatina y voluntariamente, tomó la decisión de autorrecluirse en sus hogares, pese a la lenidad del gobierno. Mientras, los peruanos hemos sido compelidos a hacerlo a punta de estados de emergencia y toques de queda. ¿A qué se debe esta diferencia?

La reacción ante la expansión del COVID-19 es una prueba ácida para saber de qué están hechas las naciones. La peruana está construida sobre la desconfianza interpersonal. Hace poco, el BID alertaba sobre la crisis de confianza en América Latina. Según datos de LAPOP del año 2017, los niveles de desconfianza comunitaria de los peruanos alcanzaban entonces el 53%, uno de los más altos del continente; los chilenos, en cambio, uno de los más bajos (34%). En perspectiva global, los niveles de confianza interpersonal de los peruanos se equiparan a los africanos. Ante la pregunta de la Encuesta Mundial de Valores (2007), que inquiere a los individuos si consideran que se puede confiar en la mayoría de personas, Perú (11%) supera solamente en un punto porcentual al promedio africano. La confianza interpersonal en Chile, según la encuesta citada, doblaba a la peruana (23%), aunque todavía se ubicaba muy lejos de la media de las democracias desarrolladas (38%).

Aunque muchos empeños emprendedores del sector “informal” se basan en capital social existente entre familiares y paisanos, la ausencia de referentes institucionales ahonda en una indiferencia por el bien común. Por lo tanto, nuestra desconfianza es más estructural y proviene, paradójicamente, de episodios de crisis anteriores. Nuestras respuestas autoritarias a previas crisis económicas y de seguridad (lucha contrasubversiva), se fundamentaron en un orden impuesto “desde arriba” y no en la construcción de un tejido social sostenible y para el bien público. Las excepciones de fortalecimiento comunitario fueron soslayadas. Así, ni las organizaciones sociales de subsistencia vecinal ni las rondas campesinas de autodefensa se transformaron en redes sociales de apoyo en épocas de “normalidad”. Más allá de evidencia incidental, la solidaridad se debilitó en el horizonte cotidiano entre peruanos.

El círculo vicioso se repite ante una nueva crisis, sanitaria esta vez, pues el gobierno replica una salida drástica. ¿Es la única forma en que podemos “colaborar” los peruanos al bien común de la salud pública? Si no buscamos fortalecer los lazos comunitarios en plena crisis, vamos a salir con la desconfianza más agudizada. No se trata de cánticos patrióticos en horas de aislamiento forzado, sino también de políticas de Estado.