Martín Vizcarra firma declaración por una alimentación para siempre en Urubamba, Cusco. (Fotos: Renzo Salazar/GEC)
Martín Vizcarra firma declaración por una alimentación para siempre en Urubamba, Cusco. (Fotos: Renzo Salazar/GEC)

El presidente Vizcarra encarna dos contradicciones. Procura proyectar una reputación de reformista y demócrata, pero, por un lado, sus propuestas no reforman mucho. Por el otro, su esfuerzo por cerrar el Congreso, aunque viable constitucionalmente, conduciría a una peligrosa concentración de poder de la que ningún demócrata genuino se enorgullecería.

Ha insistido en arraigar para sí una imagen de reformista popular; empero, él mismo ha desnaturalizado el paquete que encargó. El “núcleo mínimo irrenunciable” –como PCM llama a los cinco puntos que alude la cuestión de confianza– son medidas sin organicidad. Una impide que sentenciados en primera instancia postulen a cargos de elección. Restricción severa pero factible en el contexto de “mano dura judicial”. Otra plantea elecciones internas, abiertas, simultáneas y obligatorias en los partidos, lo que supone un ciudadano hiperinformado e hiperinteresado en política; una utopía. Una tercera ataca el financiamiento partidario indebido. ¡Va! Otra cuarta dicta lista cerrada y paritaria para elegir congresistas, mas, a semejanza del segundo punto, se carece de evidencia para sostener que la lista cerrada sea superior cuando los partidos son cúpulas, como en nuestro país. La quinta insiste en eliminar la inmunidad parlamentaria, desconociéndose aún su reformulación. Así, pareciera dirigida a herir al Congreso.

La fe ciega de Vizcarra y de Del Solar en el potencial de su minireforma grafica una supina ignorancia en el tema o trasluce dobles intenciones. El Ejecutivo lo ha planteado en términos de todo o nada, pero me temo que su aprobación nada cambiará. ¿Vale la pena hacer cuestión de Estado por este conjunto de hipótesis? ¿Debería Vizcarra arriesgar la disolución de un poder del Estado por remedios sin eficacia segura?

Estas preguntas engarzan con la segunda contradicción vizcarrista: un demócrata devanando el poder de las instituciones. Uno cabal no conduciría su gestión a partir de la disolución del Legislativo y de dirigir la reforma judicial. Justificándose en el desprestigio de la política, Vizcarra está creando condiciones para la concentración de poder, lo cual le hace susceptible a la tentación autoritaria. Paradójicamente, solo el Congreso puede frenar el arrebato vizcarrista, pero depende, para ello, de voces sensatas y capaces de convertir el chantaje presidencial en confianza real.

Confieso mi pesimismo: la izquierda buscará el cierre congresal para impulsar su agenda constituyente, mientras parte del fujimorismo seguirá empecinado en su autodestrucción. ¡Que Dios nos ayude!

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