Cola para pasar por tamisaje de COVID-19. (GEC)
Cola para pasar por tamisaje de COVID-19. (GEC)

Con raras excepciones, la mayoría de los peruanos tenemos muy arraigada la cultura del abrazo, del palmoteo en la espalda, de pegar el hombro propio al del otro, como toque juguetón o simplemente para interpelarlo; cuando no el beso en la mejilla, saludo habitual entre hombres y mujeres. Ello, por supuesto, siempre y cuando exista el consentimiento mutuo –masivamente tácito en nuestro país– que otorgan la amistad o las relaciones de familia.

Entre las amistades cercanas, el gesto de darse la mano, universalizado por la cultura europea posmedieval como manifestación de aquello que se conoce como civilité, de la cual provienen las primeras normas de etiqueta social y luego los así llamados “buenos modales”, nunca fue suficiente demostración de confianza o afecto en esta parte del mundo, pues quedó circunscrito a las formalidades digamos que oficinescas o meramente protocolares: lo nuestro es tocarnos, casi un ritual de reafirmación constante de la proximidad con el otro, sea pariente o amigo(a).

Viene a cuento el tema por la alarmante proclividad de nuestra ciudadanía a olvidar la normativa de distanciamiento social apenas deja de ser vigilada, según ha puesto en evidencia una reciente investigación, realizada en tres países sudamericanos. En el Perú, el alejamiento mínimo de un metro y medio entre una persona y otra es observado en las colas de los establecimientos, pero ni bien se cruza el umbral de estos, nuevamente va uno “apegándose” con quien tengamos al lado, y hasta saludando con discreto palmoteo en la espalda al cruzarse con algún conocido.

Es que no podemos con nuestro genio, diría algún criollo. Pero, en verdad, se trata ahora –y con urgencia– de poner en pausa esos hábitos de la peruanidad profunda, pues al seguirlos cultivando, solo estaremos cultivando, y expandiendo, el malhadado patógeno que ya tantas vidas viene cobrando. Por desgracia, el abrazo, como cualquier otro toqueteo amistoso, mientras dure la amenaza del COVID-19, debe quedar desterrado de nuestras prácticas sociales. Así de radical: desterrado.