Elecciones Municipales Complementarias (EMC) se realizará en 12 distrito el próximo 7 de julio. (Foto: GEC)
Elecciones Municipales Complementarias (EMC) se realizará en 12 distrito el próximo 7 de julio. (Foto: GEC)

La lógica del mal menor está internalizada en nuestro razonamiento y comportamiento políticos. No solo es una cuestión de cálculo electoral (votar por un candidato para impedir que su rival triunfe, aunque no necesariamente estemos a favor de nuestra elección), sino de decisión habitual. Pasa con las bancadas parlamentarias de distinto tinte ideológico que se articulan bajo la oposición al fujimorismo o con el presidente Vizcarra, quien cultiva su popularidad en torno a las animadversiones que despierta el control del Congreso en manos de Fuerza Popular. El propio Mario Vargas Llosa lo puso en blanco y negro para justificar sus sucesivos apoyos políticos a mandatarios que terminaron envueltos en escándalos de corrupción: “En política hay que votar por el mal menor”. Palabra de nobel.

Llevamos décadas votando por el mal menor y se nota. Sucesivos gobiernos languidecen sin nadie que los eche de menos. El fracaso de quienes resultan elegidos no nos permite construir vínculos políticos positivos. Los peruanos pasamos la página de la historia sin que nos sobrecoja la desilusión o la rabia, simplemente porque no nos comprometimos con ninguno de los proyectos ganadores. El mal menor nos hace ajenos a nuestras elecciones porque no escogimos con fe sino descartamos con rencor. Así, la desafección se acumula con cada nuevo comicio y la representación queda como una tarea postergada al infinito. El cinismo no solo se convierte en fórmula electoral sino en una suerte de estructura mental enraizada en nuestros más profundos reflejos.

Fíjese usted en las dagas que cruzan el hemiciclo en cualquier debate parlamentario. O en la naturalización con que asumimos a un nuevo político entre rejas por casos de corrupción. Si elegimos en base al mal menor, socavamos la esencia de la representación política porque no se forjan compromisos programáticos sino simplemente el empeño en mantener vigentes determinadas rivalidades. El páramo político que vivimos hoy los peruanos es consecuencia de nuestro mal menor.

¿Es posible escapar de este fatalismo autoimpuesto? Por supuesto que sí. En los últimos años, la politización de la agenda de valores morales y de temas educativos, entre liberales y conservadores, alumbra la posibilidad de un debate renovado en torno a visiones del mundo y no solo en torno a “antis” personalizados. Cuando existan convicciones ideológicas o valóricas detrás de las pugnas políticas, estaremos más cerca de la representación que de la revancha. Lo que implica construir identidades políticas positivas que defiendan sobre todo causas de largo plazo.

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