#Conmimatrimonionotemetas

“Quien exige, con base en su libertad, que la ley no se meta en sus convicciones, debe aceptar que la ley no puede usarse para imponer las suyas”.
Ambos lograron unir sus vidas en matrimonio tras la aprobación de la Ley del Matrimonio Igualitario en Uruguay. (AFP)

La semana pasada, en esta misma página (“Efectivamente: con mis hijos no te metas”, 18 de noviembre de 2018), sostuve que, al margen de discrepar de la propuesta del colectivo #Conmishijosnotemetas sobre cómo debía abordarse los asuntos de género en la educación, debía respetarse el derecho de los padres de elegir cómo serían educados sus hijos. En una sociedad abierta no le corresponde al Estado inmiscuirse en esa decisión.

La libertad es el derecho a que nadie, sin mi consentimiento, interfiera con mi esfera de la autonomía. Autonomía es lo que ocurre cuando llego a la noche por mi casa y siento (y tengo) el derecho a excluir de ese espacio a quien no deseo que esté. Ello me hace una persona libre que decide sobre su ámbito privado. Lo mismo pasa cuando pongo un negocio, compro un producto o me enamoro de alguien. Nadie decide por mí. En el caso de los menores, la definición de la esfera de autonomía corresponde a los padres.

Cuando el Estado decide cómo se educará mi hijo, está violando mi autonomía, y con ello está afectando mi derecho y el de mis hijos a la libertad. Un currículo educativo obligatorio a todos los colegios es una violación.

Pero si uno quiere ser coherente, debe aplicar el mismo principio de autonomía a otros ámbitos. Si un hombre se quiere casar con un hombre o una mujer con otra mujer, eso solo les concierne a ellos. Es parte de su autonomía y el Estado no puede excluir el derecho a unos a casarse y concedérselos a otros sin romper el principio de igualdad ante la ley.

Por eso no es consistente pedir libertad de educación y no conceder libertad a casarse con quien uno quiera. ¿Que quienes se casan con personas de su mismo sexo están equivocados? Puede ser (aunque no lo creo). Pero eso no importa. Acertar o errar es la esencia del ejercicio de la libertad. Ello no da derecho a negarle a la persona su derecho a elegir libremente dentro de su esfera privada.

La libertad es muy incomprendida. Es hasta incómoda. Queremos ejercerla sin límites, pero nos negamos a reconocer que otros hagan lo mismo. Su ejercicio trae muchas cosas que no nos gustan. Quien abre una ventana para que entre aire refrescante sabe (y debe aceptar) que entraran humos, olores, ruidos y mosquitos. Quien cree en la libertad acepta que otros harán cosas que no le gustan. No hay libertad sin tolerancia.

Alguna vez escuché decir que la tolerancia es la sensación molesta de que, al final del día, el otro pudiera tener razón. No nos gusta porque nos lleva a aceptar responsablemente que, dentro de la esfera de autonomía ajena, pueden ocurrir cosas de las que discrepamos. Pero como dice George Bernard Shaw: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de las personas le teme tanto”.

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