Confusión populista.  (AP)
Confusión populista. (AP)

La huelga de camioneros paralizó al Brasil por 10 días y puso al gobierno de Temer contra la pared, logrando una unidad efímera entre la izquierda y la derecha radical.

Como Petrobras es una empresa pública y monopólica, el precio de los combustibles no es visto como resultado de la oferta y la demanda, sino como una cuestión de decisión política. Si es así, lo efectivo es presionar al gobierno para bajar el precio.

Débil y solo, Temer hizo lo previsible, claudicó ante los huelguistas: redujo el impuesto y bajó el precio del petróleo diésel. Igual que en el gobierno anterior, los activos de Petrobras fueron utilizados para alimentar maniobras políticas populistas.

El regreso al control de precios, una vieja tradición brasileña, produjo la renuncia del gerente de Petrobras, Pedro Parente, y provocó una pérdida de US$37 mil millones en el valor de la empresa.

Lo positivo de todo esto es que puso en la agenda el tema de los impuestos altos y de los privilegios de los políticos. Sin embargo, el desafío de fondo del Brasil es decidir quién va a ganar las elecciones en 2018 y gobernar los próximos cuatro años.

En un ambiente preelectoral, todos buscan utilizar los eventos dramáticos como mecanismo para establecer una sintonía con los sentimientos y pensamientos de los electores, pero predomina un sentimiento de confusión pública.

Acostumbrada al populismo, la población está frustrada con la situación económica, no entiende por qué un país grande como Brasil no hace despegar su economía y quisiera una solución mágica, que lo hiciera regresar a la época de la bonanza. El control de precios ha aumentado la confusión en la cabeza de los electores.

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