Ha fallecido Alberto Fujimori a los 86 años —el mismo día y la misma edad de la muerte del terrorista Abimael Guzmán— lo primero como humanos es expresar las condolencias respectivas a los deudos, recordando que ante la muerte no somos nada.
Pero independientemente del sentir de familiares y allegados, en el caso de Fujimori no se pueden soslayar las consecuencias de sus actos como gobierno, algunos aciertos, pero sobre todo la herencia de corrupción y la violación de derechos humanos en casos muy sonados que terminaron sentenciándolo a 25 años de cárcel, de los cuales cumplió 18. Logró un indulto irregular y hasta el día de su muerte nunca hubo un pedido de perdón y mucho menos pagó la reparación civil por sus delitos al Estado y a los deudos de las víctimas de grupos paramilitares formados en su gobierno.
Tampoco se puede olvidar que el gobierno de Fujimori es la representación de la informalidad, de la cultura combi, de Pepe el vivo, del copamiento de las instituciones y su intención de perennizarse en el poder con interpretaciones auténticas para lograr una tercera reelección, y de corrupción rampante que pudimos ver en cadena nacional cuando se empezaron a publicar los famosos ‘vladivideos’, donde se compraba a autoridades, a operadores de justicia, a periodistas, a empresarios y hasta a los altos mandos policiales y militares; todo tenía un precio y se despilfarraba dinero público con total desparpajo, comprando conciencias y hasta lealtades.
Por eso no se puede romantizar la vida, obra y gracia de Fujimori, mucho menos santificarla ahora que está muerto y hay un velorio concurrido; sabemos que lo que buscan es reescribir la historia y están dispuestos a todo. La presidenta ha asistido al velorio y ha declarado duelo nacional; el Congreso no se queda atrás con la presencia de la Mesa Directiva. La prensa también hizo su papel de edulcorar la vida de Fujimori cuando se sabe que su legado fueron los “diarios chicha”, los fujitrolls de esa época.
Los deudos de sus crímenes exigen justicia y el país debe exigir memoria para evitar olvidar quién fue Alberto Fujimori, solo así lograremos la tan anhelada reconciliación; todo el espectáculo puesto en escena para darle un funeral de Estado lo único que está logrando es polarizar aún más el país, cuando justamente su muerte podría significar un punto de inflexión para el Perú después de tantas infamias del fujimorismo contra la nación.