(Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)
(Foto: Renzo Salazar / @photo.gec)

El voto más suicidamente descerebrado es aquel por Verónika Mendoza, porque eso es condenarse a ser el próximo inmigrante venezolano del continente, ya que Mendoza haría más rápidamente puré al país en lo económico que el mismo COVID-19. De arranque, ni me quiero imaginar la inmensa fuga de capitales (con la consiguiente devaluación) y la brutal caída en la inversión privada que habría en nuestra economía de ganar los rojos. ¿O acaso nadie cuerdo no guardaría su plata en dólares bajo el colchón o en una cuenta extranjera si triunfa un gobierno comunista? Porque Mendoza es una chavista comunista y no la “socialdemócrata” o la simple “progre” que ahora quieren pintarnos.

Seguramente al comienzo se comportarían con cierta moderación (como Chávez), pero ya ineludiblemente vendrían las estatizaciones, los controles de precios, las subidas absurdas de impuestos, la demagogia laboral y la farra fiscal de siempre que acompañan a estos gobiernos marxistas, además de atornillarse en el poder y llenarnos de cubanos el país. Es alucinante que tengamos como testimonio vivo del fracaso monumental de la izquierda a un millón de refugiados venezolanos en nuestro país y aun así exista gente que vote por la izquierda chavista, sobre todo en A/B, como revelan las encuestas.

Lo positivo de estos comicios es que, por recientes declaraciones y escritos a favor de Mendoza, ya hemos conocido a varios –hasta ahora escondidos y a veces impensados– simpatizantes locales del chavismo, como el animador Ricardo Morán, el internacionalista Óscar Vidarte, al analista Rodolfo Sánchez Aizcorbe, el procurador general del Estado Daniel Soria y el ardiente coleguita Jerónimo Centurión. ¿Cómo gente supuestamente inteligente puede votar por la chavista Mendoza después del holocausto venezolano (y cubano)? Juro que para mí es un misterio absoluto.