¿Es un columnista dueño de su columna? (Getty)
¿Es un columnista dueño de su columna? (Getty)

Hace unas pocas semanas, el nuevo director de El Comercio me mandó decir que no quería que siguiera escribiendo en dicho diario. No recibí ninguna razón para su decisión.

Cuando la columna dejó de aparecer, muchas personas me llamaron o escribieron para preguntarme qué había pasado. Cuando les conté lo que había ocurrido, la primera reacción fue que se estaba atentando contra mi libertad de expresión.

Pero no es así. El director de un diario tiene (y debe tener) la discrecionalidad de decidir quién escribe y quién no. Ese derecho puede ejercerlo sin la necesidad de dar razones ni explicaciones.

Tener libertad de expresión significa poder decir lo que pienso. Así se ejerce el derecho de ser dueño de mi opinión. Y como somos libres de expresarnos, somos libres de escuchar (o de no escuchar) y también de transmitir o no transmitir las opiniones de otros. El columnista es dueño de sus ideas, pero no del espacio en el que se publica su columna. Por lo menos, así es para la Ley. Y está bien que sea así.

Un diario puede ser absolutamente conservador, liberal o socialista, y no admitir opiniones distintas. Puede estar a favor o en contra de un partido político o defender un estilo de juego defensivo u ofensivo de la selección de fútbol. La línea editorial es parte de la libertad de expresión del medio de comunicación. Los lectores mostrarán su satisfacción leyendo y su insatisfacción ignorando. Prefiero los medios plurales, que reciben todas las opiniones y las confrontan en un mismo espacio. Pero no es mi derecho que un diario sea plural. Es mi deseo, y quizás lo sea para la inmensa mayoría.

Una cosa muy distinta es que un director tenga buenos modales para comunicar una decisión y asumir la responsabilidad de la misma. Hay formas de ejercer una libertad que son mejores que otras. La libertad empática es mejor que la antipática. Pero la empatía o la antipatía no privan al ejercicio del derecho de su legitimidad. Por eso, la libertad de expresión es uno de los derechos menos comprendidos. Su ejercicio puede sernos desagradable.

Por eso defenderé el derecho de un director a decirme que deje de escribir con la misma convicción con que defenderé el de un director (o una directora) a pedirme que escriba. Los directores son tan libres de dar un espacio para escribir como es el columnista de no aceptarlo.

José Saramago decía: “Me gustaría escribir un libro feliz; yo tengo todos los elementos para ser un hombre feliz; pero sencillamente no puedo. Sin embargo, hay una cosa que sí me hace feliz, y es decir lo que pienso”.

Por eso, agradezco a Cecilia Valenzuela el darme un espacio en el que podré ser feliz los domingos.

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