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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Comentaba la semana pasada el facilismo y generalizaciones sin sustento en que muchas personas caen para criticar a los medios y a los periodistas respecto a las coberturas que hacen, incluso sobre noticias que implican alguna muerte u otra desgracia.

Algunas veces me han escrito por ello y yo les he contestado que lo que cuestionan lo vieron o leyeron en otro medio, pues no lo encuentro en Perú21, en impreso o su plataforma digital. En redes sociales las generalizaciones y epítetos son incluso peores, y nos acusan a los periodistas de protegernos entre nosotros, pues al final con las coberturas escandalosas solo buscamos más ventas y mayor audiencia.

Creo que en efecto hay que señalar aquello reñido con la ética a fin de hacer un mejor trabajo considerando sobre todo al público, pero no comparto el cargamontón. Como antes he dicho por aquí también, no nos pongan a todos en el mismo saco.

Para la cobertura de tragedias y noticias policiales, en el caso de Perú21 también se aplican sus normas contenidas en los Principios Rectores y el Decálogo de Redacción, en los cuales destaca que los periodistas del medio siguen la regla de oro: ponernos en los zapatos de las personas sobre quienes informamos.

Una conversación informal con otros periodistas sobre los retos de estas coberturas (¿le meto micrófono y cámara a la mamá llorando a su hijo muerto?, ¿hago primer plano o acercamiento de las heridas del accidentado?, ¿pregunto qué se siente?, ¿qué le digo al jefe que me está pidiendo este material pero yo pienso que no está bien?, etc.) me hizo recordar una triste anécdota de un colega reportero gráfico que muy joven, hace muchos años, disfrutaba cubrir policiales y se regodeaba con las fotos que hacía, independientemente de si las iban a publicar o no. Yo le decía que lo veía muy frío y desconsiderado a sus apenas 24 años. Era casi como el periodista de Tinta roja, la novela de Alberto Fuguet en la que se basó la película de Francisco Lombardi.

Mi querido colega nunca imaginó que un tiempo después él y su familia sufrirían un terrible accidente automovilístico. Sentí la muerte, me dijo después. Y junto con ello creo que por primera vez se ponía en los zapatos de quienes sufren un drama o una tragedia. Él, veinte años después, aún toma fotos, pero cambió de medio, de estilo y empezó a tener empatía y respeto por las víctimas.

Recomiendo seguir a la reconocida periodista mexicana Marcela Turati, quien con amplia experiencia en la cobertura de hechos dramáticos ha compartido su conocimiento y consejos en conversatorios y talleres –pueden escucharla y ver su presentación, por ejemplo, en Red Ética Segura de la Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)–. Hay que aprender a cubrir el dolor.

Al cierre de esta columna y a propósito de este asunto, saludo la cobertura de Perú21 sobre el tiroteo en el centro comercial Royal Plaza de Independencia la noche del viernes. Una muestra de que en plataforma digital se pueden hacer las cosas con respeto, corrección y sobriedad, sin apelar a la miseria de exponer a las víctimas o a sus seres queridos.