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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Las ofertas de campaña, en lo económico, fluctúan alrededor del tema fiscal. A diferencia del populismo de algunos vecinos nuestros (o de nuestra propia experiencia en los 80s), hoy en día la discusión ha avanzado y las ofertas electorales se dirigen hacia un mayor crecimiento potencial.

Así, la expansión fiscal, además de buscar el crecimiento en el corto plazo, está dirigida a un mayor crecimiento estructural y con él a mayores impuestos, lo que automáticamente traerá la convergencia fiscal.

En este contexto, se promete un mayor gasto público tanto para infraestructura como para la implementación de reformas en diversas áreas como en seguridad, justicia, educación, salud, etcétera. Además, se presentan propuestas de menores impuestos (especialmente para las pequeñas y medianas empresas) en aras de lograr la ansiada formalización.

Sin embargo, la utilización de la política fiscal no es gratis. Un déficit fiscal creciente en el corto plazo (independientemente de si este se financia con mayor deuda pública o con la utilización de los ahorros acumulados) tiene dos efectos importantes.

En una economía que aspira a mantener la solvencia monetaria (es decir, que prioriza la estabilidad de precios), deja un menor espacio para la expansión del gasto e inversión privados, cuya productividad en muchos casos es mayor a la del sector público, amortiguándose así el mayor crecimiento del producto que se busca crear con la expansión fiscal.

A este freno de la potencia fiscal se suma el riesgo de excederse en la aspiración reformista y sobrepasar el límite de déficit que los agentes económicos están dispuestos a tolerar para la actual percepción de riesgo. El efecto de dicho exceso es un alza en las tasas de interés y con ella la contracción de la economía. Lo difícil, pues, está en potenciar los efectos del diseño de una buena política fiscal y el desarrollo de largo plazo.