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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La devaluación parece no dejar tregua. Durante décadas, el principal daño causado por ella fue a empresas y familias endeudadas en dólares. Hoy, ese problema (aunque sigue presente en segmentos como el vehicular e hipotecario) ha dejado de ser la única prioridad, al haberse reducido la dolarización a casi 30%, en línea con la participación del comercio exterior en el PBI. Sin embargo, los aspectos nocivos de la incesante alza cambiaria han virado de un problema de descalces entre gastos e ingresos a uno de decisión de portafolio e indexación de precios.

El bajo desarrollo del mercado de capitales ha llevado a una población ávida por rendimientos a optar por el dólar como único medio para maximizar el valor de sus ahorros, lo que incrementa su demanda más allá de la demanda real para importar. Así, la recomposición de portafolios se convierte en una de las razones (si es que no la principal) de la devaluación.

A este problema se suma la inflación. La devaluación no permite aprovechar los menores precios de las materias primas (cuyos precios están denominados en dólares), además de incrementar los precios de bienes importados cuya participación en la canasta de consumo habría aumentado como consecuencia de la mayor capacidad adquisitiva de la población.

Adicionalmente, el dólar reemplaza a la inflación como mecanismo de ajuste de precios (especialmente para quienes están en capacidad de hacerlo), generándose una complicada persistencia inflacionaria.

De esta forma, la devaluación reduce la capacidad adquisitiva del consumidor y el margen empresarial, frenando el crecimiento. Ante ello, las recientes alzas de tasas de interés por parte del Banco Central son más efectivas para incrementar el rendimiento relativo de los soles y frenar la masiva demanda de los portafolios por dólares que para incrementar el costo del crédito, dada la mayor sensibilidad del ahorro a cambios pequeños en las tasas de interés.