En estos días, miles de estudiantes han empezado o están por arrancar un nuevo año en aulas escolares y universitarias. Pero el verano trajo consigo un cambio trascendental que promete cambiar la docencia para siempre.

En noviembre de 2022 se lanzó ChatGPT, el chatbot de inteligencia artificial que puede responder preguntas y redactar textos con una espeluznante facilidad (ensayos, columnas, guiones y códigos de programación por mencionar algunos ejemplos).

El éxito fue inmediato, ChatGPT se convirtió en la app de más rápido crecimiento en la historia, alcanzado las 100 millones de descargas en tan solo dos meses. Esto a su vez desencadenó una carrera “armamentista” entre empresas digitales por lanzar y potenciar sus propios chatbots y otras aplicaciones a base de IA (generadores de imágenes, música y voz, entre otras).

Ha surgido ágilmente también una minindustria de prompts que se traduce a “sugerencias”, pero se refiere a la mejor manera de redactar las preguntas a los bots y así optimizar los resultados. Por ejemplo, un prompt popular es pedir que la respuesta sea dada en el estilo de Steve Jobs.

En EE.UU, ya es común ver foros de profesores frustrados por la repentina iluminación de sus pupilos, incluyendo la de los más limitados, esos que presentaban sus trabajos tarde, mal o nunca. Los docentes más astutos están adaptando sus clases y usando también ChatGPT para prepararlas.

Con la pandemia y el martirio de las clases remotas, los estudiantes respondieron cínicamente con la ley del mínimo esfuerzo. Estos chatbots empujarían este desencanto aún más. Por ello, es esencial que entidades y docentes tengan una respuesta clara frente a estas herramientas. En el sector público, ignorarlas ampliaría la brecha educativa aún más.

Ante los temores frente a esta realidad ha surgido una nueva máxima: “No serás reemplazado por la inteligencia artificial, serás reemplazado por un humano que sabe usar la inteligencia artificial”. Advertidos estamos.