Los policías y serenos ejercen estricto control para evitar ingreso de ambulantes. (Foto: Daniel Apuy)
Los policías y serenos ejercen estricto control para evitar ingreso de ambulantes. (Foto: Daniel Apuy)

Las imágenes de una Gamarra liberada circularon en medios de comunicación y redes sociales en esta semana. Susel Paredes y el alcalde George Forsyth lideraban esta cruzada que implicaba la controversial medida de cerrar el emporio textil por tres días y así eliminar el comercio informal ambulatorio que por mucho tiempo estaba establecido ahí. Mientras algunos se preocupaban por las pérdidas que representaba el cierre, otros veíamos el potencial de la recuperación del espacio público y la consolidación de un lugar comercial que sea, a la vez, un lugar en el que uno quiera estar.

Susel compartió en Facebook una foto de un grupo de chicas y chicos jugando vóley, de noche, en una calle antes ocupada e invadida por el comercio informal. Esta es, justamente, la demostración de la inmensa posibilidad que tiene una zona como Gamarra para ser el espacio público que tanta falta nos hace. ¡Y vaya que nos hace falta! ¿Imaginan cuánto espacio podremos recuperar para nosotros, para las personas? ¿Pueden ver la cantidad de metros cuadrados que ahora tenemos abandonados o mal utilizados por vehículos y cómo podríamos usarlos para que sirvan a un propósito más noble, más humano?

Sin embargo, aunque soy de las primeras en aplaudir el trabajo de Susel y de Forsyth, también me pregunto si es posible una vida sin ambulantes. Fíjense que no estoy hablando de una Gamarra sin ambulantes, ni siquiera de una zona o de una ciudad, sino de una vida. Una vida en la que no necesitemos vendedores en la calle (cosa que creo imposible) y en la que los vendedores ambulantes e informales no necesiten salir a vender pues tienen empleo formal y digno. Eso, creo, es aún una utopía. Y es una de esas utopías que deberíamos hacer realidad.

Yo creo firmemente en la vida pública, en las calles como continuación de nuestros días, en el espacio público como parte esencial de nuestra vida y en lo colectivo como parte de nuestra identidad. Y también creo que la ciudad sin vendedores en la calle pierde espíritu, pierde humanidad. Sin embargo, la organización y el orden son fundamentales para una buena convivencia y eso es lo que valoro del atrevimiento de la actual gestión de La Victoria. Que no solo se atreve a devolver la ciudad a las personas sino que lo hace enfrentándose, sin dudar y vistiendo chaleco antibalas, a las peores mafias de delincuentes acostumbrados a reinar en un mar de impunidad. La Victoria puede llevarnos a eso que necesitamos, a vencer la idea de la no ciudad y a hacernos creer que eso que queremos puede ser posible, puede triunfar, podemos lograr una ciudad victoriosa. Siempre.

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