Los huaicos dejaron dolor y destrucción en Jicamarca, como esta casa que fue prácticamente borrada del mapa. (Foto: GEC)
Los huaicos dejaron dolor y destrucción en Jicamarca, como esta casa que fue prácticamente borrada del mapa. (Foto: GEC)

Se lo merecen. Se lo merecen por irresponsables. Se lo merecen por informales y por descuidados. Claro que se lo merecen pues son ellos mismos los que construyen sus casas en lugares inadecuados. Se lo merecen por ponerse ahí donde no deben. Se lo merecen por ubicarse en zonas inseguras y construir sus casas con materiales que no aguantan nada. Se lo merecen por comprar tierras a los traficantes. Obviamente se lo merecen porque no saben proteger sus vidas ni la de sus familiares. Se lo merecen por no cuidar sus cosas. De ahí lloran y se quejan cuando lo pierden todo pero es su culpa y, por eso, se lo merecen.

Es más, también se merecen esto que les pasa por elegir a los políticos que eligen. Se lo merecen por confiar en las promesas absurdas que les hacen, por votar por ellos sabiendo que en el fondo no harán nada por mejorar sus vidas. Por eso se lo merecen, por no saber elegir. Se lo merecen por vivir informalmente y no pagar impuestos, por no cumplir con sus obligaciones municipales. Se lo merecen por conchudos y, para colmo, luego reclaman ayuda. Ellos merecen lo que les pasa porque se ponen donde no deben.

No merecen vivir en zonas con ordenamiento territorial ni en las que se hagan estudios de riesgos que impidan la ocupación de zonas peligrosas y vulnerables. Tampoco merecen distritos que cuenten con planes de desarrollo urbano, integrales y sostenibles. No merecen autoridades honestas que no solo no roben, sino que implementen políticas que miren hacia el futuro y que no solo actúen ante la emergencia. No merecen infraestructura segura y resiliente que mitigue las vulnerabilidades y reduzca los efectos del cambio climático. No merecen parques ni espacios públicos. No merecen vivir una buena vida.

Por supuesto, estas personas no merecen acceder a una política de vivienda social que les ofrezca lugares adecuados y dignos donde vivir. No merecen precios justos para adquirir sus viviendas. No merecen acceso a agua potable ni desagüe. No merecen transporte público que los conecte. No merecen pistas y veredas bien diseñadas. No merecen nada de esto porque son pobres.

Así de absurdos se escuchan los argumentos que culpabilizan a quienes –en su mayoría– son, en realidad, víctimas de la desidia y la corrupción. Quienes, a pesar de los esfuerzos que realizan, no logran tener la garantía mínima de que podrán progresar en esta vida sin el miedo de que llegue un huaico y arrase con todos sus sueños.