l orden debe imponerse y proteger los activos del Estado, pero hay que hacerlo de forma táctica e inteligente, señala la columnista.
l orden debe imponerse y proteger los activos del Estado, pero hay que hacerlo de forma táctica e inteligente, señala la columnista.

Resulta inverosímil cómo nuestra sociedad ha normalizado la muerte de compatriotas que salen a las calles a protestar. Resulta increíble cómo hay muertos que valen más y otros que no valen ni un centavo. Resulta macabro cómo hay quienes celebran que les metan bala a los manifestantes y que se usen armas letales contra personas que salen a expresar su malestar luego de años de abandono y negligencia. Resulta absurdo cómo desmerecen sus motivos para protestar: tildándolos de tontos, de ignorantes y con una mirada paternalista por encima de sus sentimientos. Total, no valen nada. Son ciudadanos de segunda clase.

Es más fácil esconder los reclamos válidos tras una cortina de terruqueo, desmerecer cualquier propuesta que tengan porque “no saben lo que quieren” y sostener un estado de emergencia que en su primer día mató a siete sin que la mayoría siquiera parpadee. ¿De qué estamos hablando? ¿Del trasnochado anhelo de mano dura y de la militarización del gobierno? ¿Acaso no se han dado cuenta de que ya tenemos FF.AA. beligerantes participando en actos de gobierno?

Según la última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), un 38% de ciudadanos justificaría un golpe militar si las circunstancias lo ameritan. Es una vergüenza que los valores democráticos de los peruanos pendan de un hilo tan frágil y caprichoso. Y casi nadie encuentra esto problemático.

“Las autoridades no están jamás. Hace siglos que en el Perú no está nadie”, escribió mi abuelo, Manuel Scorza, resumiendo las historias de denuncia y de demanda de La Guerra Silenciosa en su pentalogía sobre la histórica opresión campesina en los Andes peruanos. Y cuando sí aparecen, lo hacen portando armas, disparando a matar, cobrándose ojos y vidas, destruyendo familias. La masacre Boluarte está en acción y ya no es más silenciosa.

Por supuesto, la protesta es válida y todos tenemos derecho a usar la calle para manifestarnos y no, no se justifica el vandalismo ni la destrucción. El orden debe imponerse y proteger los activos del Estado, pero hay que hacerlo de forma táctica e inteligente, y aquí, claramente, no sobra inteligencia. Con un Congreso ridículamente obnubilado de poder, que provoca el rechazo de la mayoría de la población y que, en su mayoría, se aferra a sus curules y sueldos. Convivimos con un Congreso que da vergüenza y un gobierno que no lee el sentir de la calle. Estamos jodidos.