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(Opinión) Mariana Alegre: 37 años después
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Cuando somos niños, los adultos que nos quieren nos protegen de las amenazas. Cuando somos niños, muchas veces, nos filtran noticias o nos dicen verdades a medias. Sin embargo, siendo nieta de quien fuera el escritor Manuel Scorza, sus obras y sus poemas estaban muy presentes en casa y eso hizo que para mí se develara muy pronto la injusticia y el reconocimiento de que aquello que perdura siempre es que los poderosos oprimirán a los más débiles.
Con 4 años no tenía la conciencia para comprender la tragedia a pesar de que volvía a mí una palabra dolorosa: Accomarca. No fue sino hasta que pasé por la universidad cuando pude conectar el dolor con los conceptos y con las razones, el intentar descubrir el porqué de la deshumanización y, sobre todo, la negación que no permitía ni el olvido ni el perdón.
Quince años antes de la masacre de Accomarca, mi abuelo publicó el primer libro de su pentalogía La guerra silenciosa, que inicia así: “Esta obra es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas solo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. Los protagonistas, los crímenes, la traición y la grandeza, casi tienen aquí sus nombres verdaderos”.
Scorza murió en 1983, un año antes de volver a ver una masacre en acción, una masacre en los Andes Centrales perpetrada por militares que arrasaron el pueblo y con él las vidas de casi 60 personas, entre ellos bebés y niños. Su crónica, como bien dice Scorza, es exasperantemente real y, ¡maldita sea!, se repite y se repite. Hoy 37 años después, una ceremonia devuelve un poco de dignidad a los familiares de las víctimas y con estos actos de memoria se repara, en algo, lo perdido. ¡Que en paz descansen! Para que no se repita.
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