Dr. Germán Málaga, de la Universidad Cayetano Heredia, salpicado por el escándalo de las vacunas VIP.
Dr. Germán Málaga, de la Universidad Cayetano Heredia, salpicado por el escándalo de las vacunas VIP.

El tráfico de vacunas VIP del que toda la nación ha sido testigo no resultó una sorpresa, aunque sí acabó con la pequeña esperanza de que esta vez se podrían haber hecho las cosas bien. Y no fue una sorpresa pues nos hemos acostumbrado a una sociedad en la que “no se trata de privilegios. Se trata de que así funcionan las cosas”, como bien refleja el hoy oprobiado Dr. Málaga.

En las encuestas que desde Lima Cómo Vamos hemos realizado para Lima y Callao por 10 años, usualmente incluimos una pregunta sobre conductas poco cívicas. Esta pregunta busca recoger cuánta aceptación tienen determinadas prácticas incorrectas como saltarse una cola o sacar la basura fuera del horario. También incluíamos una alternativa redactada de esta manera: “Para acelerar los trámites en una municipalidad a veces se justifica pagar una pequeña coima al funcionario municipal”.

En los resultados de la encuesta de 2018, un 7.6% de limeños y un 9.3% de chalacos consideró aceptable la afirmación anterior sobre corrupción y solo un 3.2% de limeños y un 2.3% de chalacos consideró aceptable la siguiente: “Si nadie me ve y estoy apurado, puedo meterme y saltarme en una cola”. Es decir, hay más aceptación por un acto de corrupción que por saltarse la cola. Tanto así que el doble de limeños y más de cuatro veces los chalacos validan el acto corrupto por encima del colarse en la fila.

Una de las interpretaciones que tengo es que el acto de corrupción se mantiene bajo secreto, se realiza a escondidas y solo lo ven los involucrados mientras que el saltarse una cola es, inevitablemente, un acto público, dificilísimo de mantener oculto.

Así, los peruanos estaríamos más bien avergonzados de situaciones realizadas frente a otras personas pues la presión social haría que se frenen. Esto seguro será peor aún ya que usualmente a los encuestados les da vergüenza admitir sus malos comportamientos.

Esto es gravísimo. Llegar al bicentenario con una sociedad acostumbrada a la corrupción como modo de vida no es lo que necesitamos. No queremos una república en la que “así funcionan las cosas”.