La restitución del derecho al juego en los espacios públicos es una gran deuda que nuestro gobierno tiene pendiente, señala la columnista.
La restitución del derecho al juego en los espacios públicos es una gran deuda que nuestro gobierno tiene pendiente, señala la columnista.

El último viernes –después de 234 días– un grupo de niños y niñas irrumpió en los juegos infantiles del parque del barrio. Nosotros, que solemos llevar a nuestros dos hijos a ese parque casi a diario, no habíamos visto más que un tímido allanamiento hace ya muchas semanas. En ese momento, mi hijo se acercó a avisar a la mamá de los niños “infractores” que los juegos estaban cerrados y no debían usarlos. La mamá le contestó que es una tontería que no puedan usarse. Yo coincidía con ella, pero, dadas las recientes libertades que nos estaban devolviendo, no me sentía con la seguridad de sumarme a su acción.

Pero este viernes fue distinto. Primero un niño y su hermana entraron juguetonamente y, al no ser reprimidos, se quedaron ahí riendo de felicidad. Luego, un grupo de otros cuatro niños chicos se sumó a la travesura y es en ese momento que mi hijo de 6 años me señaló la pequeña revolución mientras sus ojos brillaban de emoción y nervios. “¿Puedo entrar, mamá?, ellos son niños pequeños y yo podría estar en la parte alta, que es a donde no llegan” fue su propuesta. Y yo, que siempre he sido una desobediente, asentí. Con cautela y cuidado, se acercó a los juegos y los ojos se le iluminaron cuando entró corriendo y se trepó. Subió y bajó unas seis veces, se mantuvo a distancia suficiente y, luego de menos de diez minutos, me dijo, satisfecho: “¡Ya! Vámonos”.

La toma de los juegos no duró ni 40 minutos en total y no fueron ni diez los niños revolucionarios. Imagino a sus padres y cuidadores sintiendo y pensando lo mismo que yo: algo de miedo, información racional que nos dice que los contagios son mínimos en espacios abiertos sin aglomeraciones y, por supuesto, la convicción de saber que el que los juegos para niños sigan cerrados es una idiotez.

Llegando a casa, y para efectos de esta columna, decidí entrevistar a Amadeo. He aquí sus respuestas y propuestas:

- ¿Cómo te sentiste al usar los juegos? Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y se dejó caer en el sofá hundiéndose en las mantas.

- ¿Crees que los juegos deben seguir cerrados? “No, los niños debemos jugar, ya ha pasado mucho tiempo. Y es solo un ratito, cuando no hay tantos niños. Debería haber un lugar de alcohol y los niños debemos hacer fila y esperar nuestro turno si es que hay mucha gente para que podamos entrar en grupos de 4 o 5 nomás”.

¿No son, acaso, propuestas lógicas? La restitución del derecho al juego en los espacios públicos es una gran deuda que nuestro gobierno tiene pendiente. Los niños suelen ser ignorados, maltratados e invisibilizados, pero son tan ciudadanos como usted que está leyendo esta nota.

El viernes en el parque, luego de haber jugado en los juegos, Amadeo vio a un serenazgo: “¡Uy!”, dijo, “ahora van a sacar a todos”. Pero eso no pasó. Nos fuimos tranquilos a casa, con la certeza de saber que las normas que son absurdas no están ahí para cumplirlas, sino que están ahí para cambiarlas. Somos desobedientes, ¡seámoslo siempre!

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