Víctimas del atentado de Tarata serán homenajeadas tras 25 años del ataque de Sendero Luminoso. (El Comercio)
Víctimas del atentado de Tarata serán homenajeadas tras 25 años del ataque de Sendero Luminoso. (El Comercio)

Observen las casas en Lima. ¿Qué ven en ellas? Muros, vidrios en las paredes, cercos eléctricos, rejas en las ventanas, guardianes, perros de seguridad, cámaras –en algunos casos– y aún quedan varias con esa equis en las ventanas. Una equis que parece hecha de cinta adhesiva gruesa que sirve para que el vidrio no se haga trizas luego de la explosión de una bomba. En las calles también encontramos rejas, garitas de control y, por supuesto, ejércitos de serenos prestos a protegernos. Esta es la arquitectura del terror, uno de los legados del terrorismo en nuestra ciudad.

Observen también la desconfianza que existe, el miedo al otro, el rechazo al que es diferente –ahora potenciado como racismo y discriminación–. Observen la incapacidad de los limeños de conocer, verdaderamente, su ciudad. De trasladarse por ella más allá de los lugares que le son inevitables. Los ciudadanos se alejaron de la idea de la ciudad como un bien colectivo y se escondieron en su individualidad, al interior de sus propias casas, dándole la espalda al otro, a quien era distinto. Esto es el desapego social, otro de los legados de la época del terror.

¿Cómo olvidar los apagones que nos obligaban a estudiar con velas prendidas, los toques de queda que acortaban la vida cotidiana y los simulacros de bomba en los colegios: tirarse al piso estirando piernas y brazos formando una cruz y manteniendo la boca abierta? ¿Cómo olvidar que el único futuro posible era fuera del país, un futuro sin temor? Yo he vivido en Tarata muchos años. En el mismo edificio donde explotó la bomba. Aunque era una niña, recuerdo claramente el sonido de la explosión. A mi papá gritando: “Prende la radio”, al mismo tiempo que sonaba el teléfono y con la cara pálida dijera: “Ha sido en Tarata, ¡VAMOS!”. En ese momento, mi tío y su familia vivían ahí y se encontraban precisamente en el momento de la explosión. Muchos años después, en los videos del atentado, ahí los encontré, caminando entre los escombros, en shock por haber visto a la muerte explotarles en la cara.

Todos los territorios que sufrieron la violencia y el terror se fracturaron. ¿Cómo recuperar la confianza y dejar de tener miedo? ¿Cómo volver a tener la libertad para movernos por nuestra ciudad? ¿Acaso alguna vez podremos bajar los muros y volveremos a abrir las ventanas para disfrutar una ciudad que no nos sea ajena? Ojalá que sí. Ojalá que encontremos la manera de reconciliarnos y apostar por un país sin violencia para siempre.

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