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Quizá fue una llamada la que les avisó o quizá las noticias que les mostraban cómo los bomberos atendían a sus hijos heridos y cómo intentaban devolverle la vida a Karla. También fue en la televisión donde vieron cómo Romina buscaba excusarse por lo que había causado. Esa mañana de feriado, las vidas de cuatro familias cambiaron para siempre.

Recuerdo cómo Teresa nos contaba lo que pensó al recibir esa llamada una madrugada de diciembre. “Señora, acérquese al hospital pues su hija ha sufrido un accidente”. “¡Ay! Seguro se ha vuelto a romper la pierna”, pensó. Algo le hizo dudar cuando le pedían que se dirija al Hospital Loayza y no a la clínica que la familia solía utilizar. “¿Qué ha pasado?”, preguntó. “Un accidente, señora. ¡Su hija se ha quemado!”.

El dolor que embarga a todas las familias involucradas en accidentes es inmenso. Ellas están en una posición que ninguno de nosotros quiere vivir. Imagino que es aún más duro afrontar los accidentes que son causados por amigos. Romina era amiga de los chicos que iban con ella. Ella nunca quiso ser la culpable de la muerte de Karla, pero fue su irresponsabilidad la que la mató.

En el caso de Ana Teresa, la historia es similar: un amigo fue quien encendió un trago en la barra de un bar en Miraflores. Por su gracia, Ana Teresa vive ahora con el 25% de su cuerpo quemado. Al menos, ella cumplió una misión que no esperaba cumplir: promovió la Ordenanza N° 399 que prohíbe el uso y/o manipulación de productos pirotécnicos o que causan fuego en locales cerrados. Esta ordenanza, aprobada en su nombre, le está salvando la vida a otras personas que podrían haberse encontrado en las mismas circunstancias que ella. Su sufrimiento, al menos, no es en vano.

Sin embargo, parece que quienes mueren en accidentes de tránsito no trascienden. Son casi tres mil los muertos cada año. Tres mil familias que quedan incompletas. Ojalá que la muerte de Karla, como la de Ivo, no se olvide y sirva para propiciar una verdadera política de Estado que logre reducir a cero los accidentes de tránsito. Esto implica un mejor diseño vial, mayor control y penas más severas, especialmente para que los casos donde el conductor maneja borracho sean considerados como homicidio doloso.

Pero, sobre todo, necesitamos más empatía y más compasión con esas familias cuyos desayunos de feriado nunca volverán a ser los mismos pues siempre les faltará alguien.