Lima Amarilla. (Foto: Lino Chipana)
Lima Amarilla. (Foto: Lino Chipana)

Estamos en la época del año en la que nuestra capital se vuelve amarilla. No, no hago referencia a ningún ex alcalde ni partido político, sino a la hermosa Flor de Amancaes que tiñe de ese color nuestros grises y áridos cerros. Es la época del año en la que el desierto se deja vencer por la humedad y brotan de la tierra y entre las piedras retazos de verde y amarillo. Sí, esos mismos cerros secos y polvorosos son cuna de la vida más preciada, la más frágil, la más efímera y, a la vez, la más bella, la más poderosa y llena de energía. Una simple flor. Una flor amarilla.

Una flor que ha resistido no solo la urbanización brutal y achorada que le quita terreno fértil y la arrincona. Una flor que ha combatido la indiferencia y desidia, a causa de su simpleza, por parte de casi todos: autoridades y ciudadanos. Una flor que le ha ganado a su victimario y ha regresado con fuerza y clamando su valor a punta de florecer más y más cada año. Una flor desconocida que grita para que la reconozcan y no la olviden. Una flor que estando en peligro de extinción se resiste a irse y se resiste a dejarnos, aunque tan mal le hemos pagado.

Una flor que combate mafias de terrenos y autoridades que la ignoran y la borran de los mapas. Una flor que enfrenta a ciudadanos que las pisotean y arrancan sin saber el valor que sus dedos apretujan sin reparos. Sin embargo, las manos que la han recuperado son trabajadoras y femeninas y han sostenido y cuidado uno a uno los bulbos que luego fueron transplantados y llevados de patios traseros a lomas esquivas. Heroínas y héroes optimistas llamados Protectores Ambientales de la Flor y Loma de Amancaes (PAFLA) pusieron el hombro, la tierra y el corazón en el bello distrito del Rímac y no permitieron que muera. Y hoy, la alfombra amarilla se extiende y será más amplia cada invierno. Y será imparable. Incontenible.

Aproveche y visítela en su plenitud en estos días y luego regrese a las lomas para ver cómo de ser amarillas se vuelven verdes. Lomas abrumadoras. Lomas fértiles. Lomas indómitas. Lomas resistentes. Lomas queridas. La flor de Amancaes nos representa a cada uno de nosotros y nos recuerda, en sus susurros, que la vida vale la pena vivirla y que a la ciudad vale la pena quererla. Seguro, pronto veremos cómo Lima también florece y regresa a ser la Lima que nos hace falta: fiera, amorosa, potente, maravillosa y, dentro de su salvaje frenesí, una Lima amable, una Lima posible. Una Lima lomera.

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