(MarioZapata/Perú21)
(MarioZapata/Perú21)

El fin de año siempre trae una mezcla de sucesos: el cierre de proyectos, las reuniones familiares, el agradecimiento a lo que nos tocó vivir, el tráfico de locos potenciado y las expectativas de nuevos tiempos. También trae un poco de miedo pues los robos aumentan, el estrés se eleva y las susceptibilidades están a flor de piel. Pero este fin de año marca también la renovación de nuestras autoridades y, con eso, la posibilidad de iniciar la transformación del lugar donde vivimos. ¿Será posible una nueva ciudad? ¿Las nuevas autoridades iniciarán con bríos y buenos ánimos sus gestiones? Crucemos dedos para que esta vez no nos toquen unos corruptos ni unos ladrones.

Quizá, el único compromiso que necesitamos para hacer de nuestras ciudades un mejor lugar para vivir es aprender a compartir esos buenos deseos. Pero compartirlos de verdad: involucrándonos cuando nos toque hacerlo, ayudando y conversando antes que gritando, y participando activamente. Y esto hay que hacerlo con todos los que nos rodean: nuestra familia, nuestros amigos y nuestros desconocidos. Porque los desconocidos también son nuestros, son parte de nuestro barrio, nos los cruzamos en las calles e incluso interactuamos con ellos, pero a veces no los queremos reconocer.

Por esto es que los buenos deseos deberían trascender a nuestra familia y a nuestros amigos. Deberíamos desearle una buena Navidad y una buena vida a todos aquellos a quienes nos cruzamos: al chofer del transporte público, a la migrante venezolana, a los niños que venden tarjetas de regalos, a quienes recogen nuestra basura, a quien te atiende en el supermercado, al serenazgo que vigila las calles, al vendedor de periódicos, a la señorita del banco, a tu compañero de trabajo, a la transeúnte con la que te cruzas caminando. Pero, en realidad, esos buenos deseos deberíamos pedirlos no solo en Navidad y en Año Nuevo, sino cada día.

Y es que los días cambian cuando vamos sonriendo, cuando dejamos de renegar, cuando proponemos soluciones y no lanzamos solo quejas. Si logramos irradiar buena onda, contagiaremos a más y más personas para que también irradien alegría y buena voluntad. Así, de a poquitos tendremos una ciudad mejor, una ciudad con ciudadanos que se ayudan entre sí, que se acompañan, que se apoyan, sin importar si nos conocemos o no, pues lo que importa no es qué tan amigo mío eres, sino qué tan importantes somos juntos. ¡Feliz Navidad, querido desconocido! Espero que pases unos lindos días y que el próximo año te llegue lleno de oportunidades.

TAGS RELACIONADOS