Marcha contra el indulto
Marcha contra el indulto

El título de esta columna está inspirado en el artículo titulado “A dictator’s guide to urban design”, publicado en 2014 por Matt Ford en The Atlantic. El autor explora lo ocurrido en Ucrania con relación a los movimientos de oposición al gobierno y su búsqueda por un acercamiento a la Unión Europea y el uso de las plazas públicas como ollas de presión ciudadana. No es ninguna novedad que el espacio público sea utilizado para la manifestación del sentir social y desde el ágora griega, la plaza ha sido el punto de encuentro por excelencia para los ciudadanos. Así, desde la revolución francesa hasta el relativamente reciente movimiento de los Occupy que escaló a nivel mundial, pasando por las primaveras árabes, no hay razón para que hoy en día esto sea diferente.

Sin embargo, en nuestro país la creciente criminalización de la protesta (en particular por aquellos grupos conservadores de la sociedad que son rápidos al calificar de subversivos –en el peor sentido del término– a quienes han marchado contra el indulto) o el desdén de la misma (en especial por los más progresistas cuando critican, por ejemplo, las multitudinarias marchas por la vida –más allá de que sean “obligatorias” para algunos–) nos muestran el poco entendimiento que tenemos sobre el rol de los espacios públicos como lugares de concentración y expresión de las emociones ciudadanas. Y vaya que son necesarios.

Además, es relevante entender –como bien indica Ford– que el espacio público, siendo el epicentro de la expresión democrática y la protesta, sea manipulado (incluso a propósito) para limitarlo o restringir su uso y dificultar su acceso. Ford indica que esa sería la manera en la que los autócratas pueden aplastar la oposición a través del diseño urbano (la traducción del inglés es mía).

En las marchas de los últimos días hemos podido ver algunos actos que parecieran ir en ese sentido: la colocación de rejas en la plaza San Martín a pedido de la Municipalidad de Lima, la autorización de rutas “blandas”, las quejas exageradas por daños al patrimonio histórico (que no ocurrieron) y las barreras policiales son unos ejemplos.

Ojalá el próximo año nos traiga la posibilidad de usar las calles para manifestarnos, a favor o en contra de lo que sea, pero en condiciones de igualdad. Mientras tanto, sigan usando los espacios públicos para expresarse, revivan el corazón de la ciudadanía que parece más apático que nunca y, eso sí, ojalá estos actos sean para consolidar la democracia y no para tirársela abajo.