Cristo del Pacífico (USI)
Cristo del Pacífico (USI)

En 2011, los medios anunciaron la sorpresa que el entonces presidente García tenía para los peruanos: la colocación de un Cristo –una réplica del famoso Corcovado– en la zona del Morro de Chorrillos. Esta estatua –a la que bautizó el Cristo del Pacífico– era una donación de Odebrecht que costó más de US$800,000 y fue complementada con la amable suma de S/100 mil, cortesía de los propios ahorros del ahora ex presidente. ¡Qué suertudos que fuimos!

El Cristo fue instalado con el beneplácito de los creyentes y el rechazo de los ateos, pero, sobre todo, a pesar de los válidos reclamos de todos aquellos que creíamos que la imposición de una estatua como esta debía ser consultada con la Autoridad de la Costa Verde y con la Municipalidad de Lima, instituciones que fueron ignoradas en el proceso. El Cristo se instaló en tiempo récord y haciendo caso omiso a cualquier pedido de transparencia. El argumento fue que, al ser una donación privada, la estatua estaba exenta de los controles y, aparentemente, la obtención de licencias y aprobación por parte de las autoridades correspondientes tampoco eran necesarias. Curioso que sean los mismos argumentos para la construcción del fallido by-pass de 28 de Julio. Ahora, con el ocaso de Odebrecht, hay quienes han propuesto retirarlo, pero quizá convenga mantenerlo, para que su monumentalidad nos recuerde el tamaño de la corrupción que sufrimos. Quizá algún creativo operador turístico lo incluya en una ‘Ruta de la Corrupción’.

Además, mientras los peruanos andábamos nerviosos en la previa mundialista, se aprobaba en el Congreso el dictamen que permite a los candidatos postular sin tener que cumplir el requisito de residir en dicha jurisdicción. Quizá convenga evaluar en este momento cuántos de los alcaldes viven, de verdad, en el distrito al cual representan. Hace poco, saliendo de un evento, acompañamos a un alcalde que se iba a su casa y cuando se le hizo referencia al largo viaje que le esperaba, se sonrío y anunció que vivía en San Isidro.

Luego del primer gol del partido contra Nueva Zelanda, mi hija de siete años recién cumplidos me dijo de forma espontánea: “Mamá, me encanta ser peruana” e inmediatamente después se quedó dormida. Mientras terminábamos de ver el partido, yo pensaba que ella y todos seríamos aún más felices de ser peruanos si es que erradicamos las malas costumbres y la idiosincrasia que nos confirma que a algunos la plata sí les llega sola. Espero que pronto ella despierte un día y pueda decirle que además de haber ido al Mundial, somos un país intolerante a la corrupción y a la pendejada, aunque esta quiera disfrazarse de santidad.