Estados Unidos podrá construir un muro en su frontera con México, gracias a un fallo del Tribunal Supremo de EE.UU. (Foto: AFP/archivo)
Estados Unidos podrá construir un muro en su frontera con México, gracias a un fallo del Tribunal Supremo de EE.UU. (Foto: AFP/archivo)

Esta semana apareció un video en redes sociales del muro en la frontera entre Estados Unidos y México. Sí, ese muro brutal que separa personas, rompe familias y representa –para muchos– la inmensa barrera para sus esperanzas. El video mostraba la obra de Ronald Rael y Virginia San Fratello y colocaba unos subibaja rosados –sí, ese sencillo juego de los parques infantiles– atravesando el muro inclemente y provocando la “interacción” entre niños y adultos de ambos lados de la frontera. La diferencia, tremendamente visible, entre ambos países se notaba en el piso (su textura y acabado) y en las personas (sus colores y su vestimenta). La disrupción del subibaja atravesando el muro impenetrable se sentía con cada subir y bajar, repetidas veces. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo.

Sin embargo, para mí ese elemento se pierde en el vacío. ¿Por qué diablos no poner una simple escalera?, como bien alguien reclamaba. Para que, de esa manera, el subir y bajar tenga sentido, tenga propósito, tenga alma, tenga humanidad. Subir para luego poder bajar y romper la línea que divide a quienes les dicen que no valen nada y, por eso, no los dejan entrar. El subibaja solo confirma lo que ya sabemos: la división persiste, la diferencia continúa y los ciudadanos de segunda clase seguirán sin poder pasar.
Sí, por supuesto, esta acción es también un grito. Un grito sobre lo evidente, pero que, para muchos, se ha perdido en el tumulto y no lo saben reconocer.

¿Acaso nos pasa lo mismo en nuestras fronteras? ¿Acaso marcamos con murallas invisibles o con rejas cerradas esas diferencias entre “ellos” y “nosotros”? Cada vez que leo una manifestación xenófoba contra ciudadanos venezolanos me quedo pensando por qué en lugar de acoger, rechazamos.

¿No tenemos acaso suficiente país o suficiente ciudad para compartirla con quienes migran, en este caso, no buscando cumplir sueños sino, simplemente, buscando dejar de sentir hambre? ¿Acaso necesitamos unos subibajas rosados que nos recuerden nuestra humanidad?

Esta semana, desde Lima Cómo Vamos y Ocupa Tu Calle, invitaremos a alcaldes y alcaldesas a suscribir el Pacto por los Espacios Públicos en el marco del Foro Internacional de Intervenciones Urbanas y Placemaking Latinoamérica, y en uno de sus principios hay una mención expresa a atender a las poblaciones vulnerables y a contar con personal calificado para atender de forma integral problemáticas como la xenofobia. Espero que muchas autoridades se adhieran, pues ese puede ser un buen primer paso para construir una mejor comunidad, una comunidad en la que no se excluya a nadie.

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