MAL COMIENZO. Tragedia ocurrió en la Plaza de Armas del Cusco. (USI)
MAL COMIENZO. Tragedia ocurrió en la Plaza de Armas del Cusco. (USI)

Cuando pensamos en buenos lugares para vivir, necesitamos, además de un buen entorno con calles correctas y edificios amables, personas con quienes convivir. Esto es lo más importante. Mientras recorríamos las calles del Valle Sagrado y de Ollantaytambo en Cusco, mi hija de ocho años me preguntó por qué todos andan con las puertas abiertas. “Porque confían en que no les robarán”, le dije mientras pensaba que la vida en la frenética ciudad sí nos roba, nos roba nuestra capacidad de confiar en el otro. ¿Cómo así recuperar esa confianza? ¿Cómo así volver a confiar?

Las callecitas de los pequeños pueblos en la ciudad de Cusco, como el maravilloso Chinchero, nos dan un par de lecciones. La primera es la red de canales que llevan el agua de la lluvia adonde corresponde –previniendo inundaciones– y la segunda nos la hizo notar nuevamente mi niña de ocho años cuando nos preguntó: “¿Por qué los niños andan solos?” –vaya que son muchas las cosas que los adultos no vemos–. Nosotros, un poco avergonzados por la falta de libertad que tienen los niños en la ciudad, le dijimos que aquí todos se conocen, que no hay tantos autos que los puedan atropellar, que la ciudad no es tan inmensa que puedan perderse... Varias excusas que solo esconden la cruda realidad: nuestra gran ciudad no tiene comunidad.

A diez minutos de la plaza de Urubamba encontramos un maravilloso lugar llamado Niños del Arcoíris. Una escuela que ofrece oportunidades a los niños más necesitados del valle, donde no solo se les ofrece educación, salud y nutrición (los alimentan basados en sus necesidades individuales), sino protección. Los protegen de ese destino tan injusto que deben enfrentar sin siquiera entender por qué a ellos les tocó vivir en la miseria y afrontar tanto dolor. Esta organización se sustenta con donaciones y con los ingresos del hermoso hotel (Las Casitas del Arcoíris) que tienen al lado donde los turistas pueden disfrutar de sus vacaciones, encontrarse espiritualmente en los espacios de meditación y, al mismo tiempo, encontrar satisfacción de que están ayudando a estos niños a vivir mejor.

Y es que este es un ejemplo de cómo construir comunidad incluso para aquellos que las más de las veces no tienen a su alrededor personas en quienes confiar. ¿Se imaginan si vivimos nuestras vidas así: con devoción por los demás, invirtiendo ahí donde vamos a devolver lo que nosotros tenemos y que otros no? Se imaginan que aunque nuestra ciudad sea inacabable, nuestra comunidad fuerte y solidaria lo sea también. Mañana 180 niños empiezan clases en esta escuelita en el Urubamba. Hoy día tú puedes empezar a construir una buena comunidad, sin importar donde vivas. Hagamos que sea posible volver a confiar.

TAGS RELACIONADOS