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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Mi primera copa de vino la tomé a los 15 años y acto seguido lo escupí. Era un Cabernet, un poco amargo y ácido a la vez. Días después del húmedo episodio, mi abuelo, un conocedor de vinos tintos, me ofreció otro tinto para tratar de demostrarme que la apreciación de sabores era un arte. Ese segundo vino, un Malbec mucho más suave, me convenció. Mientras tomaba el pequeño sorbo que mi abuelo me permitía, él iba contándome la historia de ese vino con anécdotas y ejemplos. Era una sucesión de momentos en los que primaban la cortesía, el sabor y el aprendizaje. Hoy creo que ese aprendizaje ha dado sus frutos.

Aprendí a saborear no solo los cocteles, sino también la forma en que alguien te los presenta, te los ofrece y te los sirve. Ahora sé que un bartender no es alguien que se para detrás de una barra y te sirve lo que le pides, sé que es más que eso, es un soldado de la amabilidad y de la cortesía. Históricamente las barras se hicieron para saciar la sed de los visitantes y eso es lo que hace un buen bartender, calmar la sed de su "invitado" y luego ofrecerle dos cosas fundamentales: sabor y amabilidad.

Beber un buen trago atendido por un buen bartender siempre será un acto único, un momento para saborear una bebida y una actitud. Pocos lugares hay en el mundo donde podamos darnos el lujo de hacer eso, saborear amabilidad y cortesía. En nuestro país, donde todo va a mil por hora y ya casi no hay tiempo para una conversación, sentarse en una barra para hablar de la historia de la bebida que te ofrecen es casi un lujo. Si hay algo difícil de hacer, es embotellar la amabilidad, la cortesía y a un buen anfitrión y ofrecerlo al público. Creo que eso relajaría esos momentos de tensión que el país vive. Démonos un tiempo para saborear un momento con alguien detrás de una barra que trata de hacernos sentir lo mejor posible, un bartender.

(christian.saurre@peru21.com)