[Opinión] César Luna Victoria: Por ahí no es. (Joel Alonzo/GEC)
[Opinión] César Luna Victoria: Por ahí no es. (Joel Alonzo/GEC)

Francia construyó su gran muralla para no ser invadida, como China. Luego de sus desgracias en la Primera Guerra Mundial, levantó una cadena de fortalezas en la frontera con Alemania. Sin embargo, al estallar la Segunda Guerra Mundial, Alemania invadió Bélgica y desde allí atacó a Francia. Las fortalezas no estuvieron en la línea de fuego. La frontera con Bélgica no estuvo fortificada porque era aliada y porque se creyó que las montañas de Las Ardenas, que copaban la zona, serían una defensa natural. No fue así. El error fue imaginar que se repetiría la guerra de trincheras, cuando la Segunda Guerra fue una guerra entre tropas aerotransportadas, tanques y aviones. Se le llamó la Línea Maginot, en memoria de su constructor André Maginot. Desde entonces se considera que fue el fracaso estratégico de guerra más costoso e inútil.

Ahora mismo, creemos que habrá un futuro de expropiaciones. Los voceros de han adelantado que no. Eso será verdad, no porque confiemos en su palabra, sino porque no se necesitan, no importa cuán de izquierda pretenda ser el futuro gobierno. Cuando Juan Velasco y Alan García se apropiaron de los ahorros en dólares era porque el país no los tenía. Ahora sobran dólares y seguirán viniendo por exportaciones y por inversiones comprometidas. Cuando Juan Velasco expropió tierras y activos empresariales la economía era más simple y su valor contable era el histórico, muy por debajo de su valor comercial.

Hoy la economía es más compleja y el valor contable se ajusta permanentemente al valor razonable. No tendría sentido expropiar, saldría carísimo y antes habría que aprobar leyes especiales o modificar la Constitución.

Los problemas van a venir por otro lado. Más impuestos, más regulación y más gasto público. De esto se ha escrito mucho, hay diagnósticos y planes. Pero el mayor riesgo es el de una inevitable asamblea constituyente. Eso hace ruido y paraliza inversiones. Para reducir ese impacto, hay que encontrar el punto medio para seguir creciendo económicamente y, a la vez, elevar el estándar de los servicios públicos.

La gente puede no entender de economía, pero entiende muy bien cuando se le muere alguien por falta de servicios. Entonces, la razón última está en la pobreza. Aliviarla y reducirla no tiene partido y todos estamos de acuerdo. Entonces, el enemigo vendrá de esa capacidad de autodestrucción que nos ha ganado tantas veces por no entendernos. Esta vez tenemos otra oportunidad para hacer las cosas bien. Esa es la esperanza que trae el bicentenario.