La niña de mis ojos
La niña de mis ojos

Mario Benedetti decía en verso: cuando éramos niños un charco era un océano, los viejos tenían como treinta y la muerte no existía; cuando muchachos un estanque era un océano, los viejos eran gente de cuarenta y la muerte solamente una palabra; cuando nos casamos un lago era un océano, los ancianos estaban en los cincuenta y la muerte era la muerte de los otros; ahora veteranos ya alcanzamos la verdad, el océano es por fin el océano, pero la muerte empieza a ser la nuestra. Si las cosas son como las sentimos, luego de tanto encierro por epidemia, ¿cómo estamos?

Para ubicarnos: en el mundo van medio millón de muertos y 40 millones de desempleados. En promedio, en Perú vamos muriendo cuatro veces más y perdiendo empleo 16 veces más.

Sin embargo, no es lo peor que hemos sufrido. En el siglo XVI, los españoles vencían a los incas con caballos, arcabuces y un coctel de epidemias: viruela, sarampión, tifus, gripe, difteria, paperas, sífilis y peste neumónica. Se estima que un 90% de la población nativa murió en la conquista. Una de las mayores catástrofes demográficas de toda la historia. Demoramos siglos en recuperarnos. Mirando la economía, el COVID-19 nos costará una vez el presupuesto anual, financiado con deuda barata y, aunque se han perdido dos millones de empleos, la estructura económica está casi intacta y se recuperará pronto. En cambio, la guerra con Chile nos costó siete veces el presupuesto anual y, sin capacidad financiera, tuvimos que tomar deuda muy cara. Perdimos los yacimientos de salitre, que eran la principal fuente de ingresos, y la economía quedó destrozada. Tardamos 30 años en reconstruirla con el boom del caucho, la minería y la agricultura.

En simple: la conquista humilló y la derrota en la guerra avergonzó. Lo peor no fueron las desgracias mismas, sino que nos acomplejaron y deprimieron. Eso hizo que las desgracias fueran más terribles. Por eso ahora, entre todas las fotos y dejando de lado por un instante la de tantos héroes, elijo la de esa niña en su primer día de clase virtual. Frente a un televisor, con lápiz, cuaderno y uniforme. Quizá no sepa que la epidemia hará que todo le sea más difícil. Quizá no entienda que la vida le va a cobrar más que a otros. Pero siente que no la dejaremos sola. Que esta vez le enseñaremos que no somos menos. Que su generación no será mezquina en los detalles para ser grande en los ideales. Que esta vez construirán patria de verdad. Que esta vez podrá saltar el océano como si fuese un charco. Que esta vez sí podrá cumplir sus sueños. Por eso la niña sonríe.

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