"Juzgar a los poderosos no requiere mucho esfuerzo, criticar sin proporcionar una solución, mucho menos aún. Es natural que el Gobierno cometa errores, especialmente cuando las limitaciones de nuestro Estado y la de sus profesionales son conocidas". (Foto: Presidencia)
"Juzgar a los poderosos no requiere mucho esfuerzo, criticar sin proporcionar una solución, mucho menos aún. Es natural que el Gobierno cometa errores, especialmente cuando las limitaciones de nuestro Estado y la de sus profesionales son conocidas". (Foto: Presidencia)

El ejercicio del poder no es fácil. Hay gente que aspira a él durante toda su vida y que cuando finalmente lo conquista, se olvida para qué lo querían en primer lugar.

Hay otros, como el presidente Martín Vizcarra, a los que esa realidad intersubjetiva les llega intempestivamente y sin previo aviso. Sus vidas dan un cambio inopinado propiciado por una suerte de episodios que nadie hubiera podido prever, pero que sin embargo han ocurrido y son una realidad.

Juzgar a los poderosos no requiere mucho esfuerzo, criticar sin proporcionar una solución, mucho menos aún. Es natural que el Gobierno cometa errores, especialmente cuando las limitaciones de nuestro Estado y la de sus profesionales son conocidas.

El presidente ha utilizado el termino “comandantes después de la batalla” para referirse a los personajes que explotan el “yo hubiera” o “tendrían que” a la hora de señalar los fallos. No le falta razón. En nuestro país pululan estas personas. Diría que el deporte nacional no es el fútbol, sino la crítica vacía.

Sin embargo, lo que sí es criticable es cuando los efectos de las medidas que toman nuestros gobernantes son negativos a todas luces y estos no los reconocen. No solamente no hacen un acto de mea culpa, sino que se mantienen en sus trece y buscan a otros a los que echar el marrón.

Aquellos que cuestionamos la efectividad de la cuarentena y sus subsecuentes extensiones, somos rápidamente descalificados por los que creen irradiar una privilegiada superioridad moral. Nos desestiman porque, según ellos, no entendemos que de no haberse instaurado una cuarentena, el Perú estaría en un situación rayana a un pandemonio. Nada de eso.

Los reflejos de este Gobierno en cuanto los primeros casos de COVID-19 comenzaron a brotar en el territorio nacional han sido reconocidos y elogiados, pues han salvado innumerables vidas. No obstante, una rápida radiografía de nuestra economía y de la fortaleza de nuestras instituciones nos revela que en lo referido a nuestra capacidad de resiliencia, estamos en desventaja respecto a nuestros pares regionales e internacionales.

En los prolegómenos del presidente durante sus conferencias de prensa, se nos asegura que la meseta ya se vislumbra y que estamos en la recta final. Los datos, obstinados y cruelmente verdaderos, le contradicen. Los expertos no comparten el mismo entusiasmo y preguntan por qué el Ejecutivo no hace pública la base de datos con la que llega a esas conclusiones. Solo el 13 de mayo se reportaron más de 4.200 casos, el mayor salto desde que comenzó la reclusión.

Nuestra cuarentena deja mucho que desear. Tenemos la mayor cantidad de infectados por COVID-19 en la región después de Brasil, a pesar de haber sido uno de los primeros países de Latinoamérica y el Caribe en haber aplicado medidas de contención.

Según los expertos, nuestra economía no regresará a sus niveles pre pandemia hasta finales de 2021 o comienzos de 2022. Un estudio de Macroconsult revela que la pobreza habría aumentado en 8%, eliminando de un zarpazo lo avanzado en la materia durante una década.

Reactiva Perú, una medida destinada a mantener la cadena de pagos activa, se ve ahora amenazada por los excesivos requerimientos que exige el Gobierno. Los melifluos susurros de la izquierda parecen querer convencer al presidente de que, en medio de la peor pandemia de los últimos 100 años, es momento de reformar el mercado laboral para peor.

Nuestro gobernante deber ser más susceptible a las advertencias de aquellos duchos que no forman parte de su séquito, centinelas que buscan avisarle de las falencias de algunas iniciativas que no marchan bien y que, además de tañer las campanas, aportan soluciones atrevidas e ingeniosas.

Parapetarse en Palacio y solo ponderar propuestas de sus aliados políticos, puede conducirlo a una suerte de cul-de-sac del cual solo podrá recular reconociendo muchos errores y pidiendo perdón.

Sobre este tema, Churchill una vez escribió: “El poder, en una crisis nacional, cuando uno cree saber qué ordenes han de ser dadas, es una bendición”. No podría estar más de acuerdo.

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