Carta a mi hija de diez años
Carta a mi hija de diez años

Querida Killari:

Un día serás lo que tú quieras, y como tú quieras. Eso que resulta tan natural, justo y obvio, no es así para todas las mujeres hoy, y no lo fue en el pasado (incluso reciente). No lo fue tampoco en la familia. El cáncer que mató a tu bisabuela podría haber sido detectado a tiempo si en los años cuarenta las mujeres hubieran sabido un poco más sobre su cuerpo. Tu otra bisabuela no terminó la secundaria (en Lima) aunque su familia era rica: se quedó acompañando a su papá (en Chiclayo). Tu abuela decidió romper varios esquemas –tal vez por conocer la adversidad desde muy niña, fue huérfana de ambos padres a los 8– y en los cincuentas no solo quiso ser profesional, sino estudiar en el extranjero, sola. Allá vivió una vida aventurada: fue salvavidas, tomó clases de ruso en plena Guerra Fría, exigió igual paga para igual trabajo (antes del feminismo), tuvo citas interraciales (antes de los derechos civiles), dejó a su prometido militar (gringo) porque no soportaba sus modales. Escogió luego regresar, casarse, ser mamá. Tus tías, mis hermanas, brillantes ambas, enfrentaron un mundo aún lleno de estereotipos y limitaciones (aunque menos) e hicieron no pocos sacrificios por sus familias.

Tu madre –ahí donde la ves, con toda esa fuerza– enfrentó también el machismo en entornos que uno esperaría más modernos: la universidad, el mundo laboral, etc. Nunca se dejó vencer, con igual determinación que su madre y que su abuela.

Tú eres una promesa de vida y libertad. Tienes las historias y energías de todas ellas para construir tu propia historia. Pero nada de lo de ellas te obliga o te limita.

Serás dueña y responsable de tus decisiones. Pero esa libertad no ha sido gratis, la han pagado quienes te antecedieron, y muchas otras. A ellas les doy gracias hoy por tu felicidad, que es también la mía.