La derecha no tiene obsesión por la unidad. Dividida, no pocas veces, le ha ido mejor que unida. El fracaso del Frente Democrático, con Vargas Llosa en 1990, es un buen ejemplo. Para la izquierda, en cambio, la permanente aspiración a la unidad tiene algo de arrepentimiento y pago de culpas. Hace más de 50 años que, entusiasta, inició su proceso de fragmentación por antojos ideológicos. Como las gripes modernas que avanzan incontenibles, contagiando a muchos. Por entonces, Ricardo Letts publicó un libro –con gráficos– dando cuenta de más de 40 facciones izquierdistas.