“La oferta electoral no genera atractivos ni por sus ideas (sofisticadas o simplonas) ni por el empleo del ridículo como conato de seducción de masas (dignos fails de viralización)”.
“La oferta electoral no genera atractivos ni por sus ideas (sofisticadas o simplonas) ni por el empleo del ridículo como conato de seducción de masas (dignos fails de viralización)”.

La presente campaña electoral solo ha logrado corroborar la incapacidad de la clase política para conectar con el electorado post-30S (más desconfiado, portador permanente de una animadversión para con el Legislativo, últimamente azuzada por Vizcarra). La oferta electoral no genera atractivos ni por sus ideas (sofisticadas o simplonas) ni por el empleo del ridículo como conato de seducción de masas (dignos fails de viralización en redes sociales). En el actual simulacro de proselitismo, el mercadeo electorero solo ha servido para develar las estructuras mentales de discriminación social arraigadas. Ilustraré mi argumento con ejemplos notables, aunque sin indicar adscripción partidaria, para evitar desviaciones en las interpretaciones de mi análisis. Mis observaciones buscan el fondo del problema, no hacer escarnio de las organizaciones políticas de paso.

Una catedrática y ex autoridad universitaria, quien no se puso en el lugar de los estudiantes que pagaban moras indebidas, procura ahora conectar con los “sectores populares” probando (tímidamente) comida de una ambulante. Un consultor de multilaterales –adicto al pañuelo Ascot– hace referencia permanentemente a sus asesorías en Corea del Sur, mientras contempla los arenales de San Juan de Lurigancho. Recorrer el país y “ensuciarse los zapatos” (sic) es obligación de todo político, por lo que exponerlo como mérito en la publicidad electoral evidencia medianía marketera y banalización de la política. Que un candidato se exhiba en su Instagram comiendo chicharrón con la mano como “mensaje político”, y que otros escalen hasta la punta de un cerro o “bajen” a un mercado popular para un selfie demuestra el utilitarismo de “lo popular”.

La falta de tacto social por la caricaturización de estereotipos sociales, el “gesto” forzado y la banalización del “contacto popular” presentan al candidato como forastero, agente extraño o distante, fuera de contexto. En todo caso, en las antípodas de lo requerido para (re)generar la confianza en la clase política. Porque, además de legislar y fiscalizar, el Parlamento cumple una primordial función de representación, que no se limita a la conexión con ideas, valores y propuestas, sino que debería alcanzar cierta reproducción sociológica del país. El hecho de que la próxima representación nacional sea un reparto de minorías políticas expresa que no solo hacen falta políticos honestos y bienintencionados, sino que reflejen genuinamente las distintas idiosincrasias de un país empeñado a sobrevivir al maniqueísmo que nos segrega entre “buenos” y “malos”.