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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Fritz Du Bois, La opinión del directorEs evidente que la visita del sorprendentemente rejuvenecido Lula le ha abierto a Humala el apetito de la reelección. Aunque esperemos que no le haya abierto, también, el de la corrupción, para lo cual los brasileños son maestros y tienen todo un universo de trucos para enseñarles a los políticos peruanos. En todo caso, ello explicaría la agresividad con la que todos aquellos que se le oponen vienen siendo tratados. Así, en sólo dos días se ha echado encima tanto a los fujimoristas como a los apristas, mientras que a los toledistas los tiene secuestrados por el eventual apoyo que le daría a su líder para que este pueda escaparse de las extrañas compras inmobiliarias de su suegra por las cuales, sin duda, será acusado.

Pero Humala no puede ser reelecto, por lo que uno se pregunta si esa innecesaria confrontación con la oposición busca ayudar a su mujer en el intento de reelección conyugal o está apuntando a modificar la Constitución para tratar de ser él nuevamente el candidato. De cualquier manera, el tema tendrá muy pronto que ser zanjado. En caso contrario, Nadine será candidata por default ya que su marido no tendrá tiempo para lograr una modificación constitucional que le permita –como a Correa y a Evo– entornillarse en el cargo. Por otro lado, el ruido político que el mandatario está fabricando parece tener sin cuidado a los ciudadanos, quienes están ocupados trabajando y progresando. Aunque es una lástima que la mejor noticia de la semana, el hecho de que el 70% de los peruanos sean ahora de clase media, haya pasado desapercibida en medio de tanto escándalo.

Sin embargo, la impresión de país convulsionado que el presidente está creando viene afectando tanto localmente la confianza del empresariado como la imagen del país en los mercados. Por lo tanto, se está disparando al pie ya que toda la inestabilidad que está generando solo sirve para limitar la inversión y, por ende, el crecimiento. El cual, dicho sea de paso, ha pasado de tener un 6% de piso mínimo –que se asumía que cualquier gobierno podría obtener a ojos cerrados– a que ese mismo nivel se convierta en un techo que pocos esperan ahora que será superado.

Lo cual nos lleva a esta dicotomía en la que el Gobierno, emulando a sus allegados chavistas, trata de incendiar la pradera a diario pensando que en un río revuelto pescará algo. Mientras que la mayoría de peruanos solo están preocupados por el futuro y su bienestar, por lo que la política solo parece ser valioso tiempo que está siendo desperdiciado. En realidad, nos hemos vuelto un país extraño, en el cual el Gobierno y la clase política se la pasan agrediéndose en un circo que para la población parece bastante lejano. Incluso ni siquiera están interesados en lo que el mandatario anda declarando, quien aparece hablando en la pantalla del televisor en la esquina de la habitación, y la verdad es que nadie parece estarlo escuchando.