La democracia incompleta
La democracia incompleta

Columnista invitada:

Camila Bozzo

Parece que la pandemia se hubiera ensañado con nosotros. Y es que no solo ha puesto de rodillas a nuestro sistema de salud y nos comienza a golpear económicamente, amenazando con borrar cualquier vestigio de lo ganado en los últimos años, sino que, además, nos ha revelado con crudeza la disfuncionalidad del Estado peruano: la precariedad institucional y la corrupción, la informalidad generalizada y las limitaciones de una descentralización hecha con los pies.

¿Acaso 20 años de democracia no han sido suficientes para construir un Estado eficiente, transparente y capaz de atender las demandas básicas de la población?

Sin ánimo de simplificar, quiero detenerme en la responsabilidad que ha tenido nuestro fallido sistema de partidos.

Lo que tenemos en el Perú es una democracia incompleta. Una democracia sin partidos, a decir de Levitsky y Zavaleta. Políticos con agendas personales, que no responden ni a un plan ni a un ideario, sino más bien a intereses. Si la política implica estar al servicio del bien común, eso rara vez sucede en el Perú. ¿Cómo hemos llegado a este extremo?

Con el ascenso al poder de Fujimori en el 90 se acabó la soberanía de los partidos tradicionales y llegó para quedarse la moda de los outsiders y de los partidos o movimientos personalistas. La competencia al interior de las organizaciones políticas, los filtros y la preparación de cuadros políticos fueron desplazados por candidaturas individualistas e improvisadas. Hay partidos que no resistieron la asonada y se extinguieron (algunos exmiembros de la coalición Izquierda Unida), otros que hoy están en el ostracismo (PPC y Apra) o que adolecen de una identidad partidaria (AP).

¿Para qué la fatiga de embarcarme en una carrera partidaria si tengo opciones menos engorrosas? Quienes quieren llegar al poder pueden crear su propia plataforma personalista (Toledo, Humala y Kuczynski, o Cáceres Llica a nivel regional) o pueden pagar un cupo para obtener una curul o un asiento en un gobierno regional o local (la afiliación es una pantomima).

Los últimos congresos nos enrostran esta dura realidad. Parlamentarios sentenciados, envueltos en conflictos de intereses y con agendas personalistas. La retahíla de leyes populistas aprobadas o por aprobarse (suspensión del cobro de peajes, retiro de pensiones de la AFP y ONP, y congelamiento de deudas) son parte de ese ejercicio irresponsable del poder.

La política necesita coherencia y visión de futuro, y personas con este perfil difícilmente conducirán las reformas de largo plazo que el país necesita. Lo que hacen los partidos institucionales es precisamente constreñir a los políticos a un ideario y una oferta partidaria, y los obligan a rendir cuentas.

Ahora más que nunca urge aprobar una reforma política integral que prohíba el voto preferencial, regule el financiamiento de partidos y establezca impedimentos para postular. De lo contrario, seguiremos atribulados por el ejercicio de un poder que está al servicio de intereses particulares y no de los ciudadanos.

*Recomiendo el estupendo ensayo de Levitsky y Zavaleta: ¿Por qué no hay partidos políticos en el Perú?


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