(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

En el Perú, o uno se vuelve cínico y se le endurece el corazón, o persiste en un idealismo heroico. Y es que en los últimos cinco años hemos visto desfilar por juzgados, carceletas y pabellones a funcionarios de todo nivel. Lava Jato, Cuellos Blancos, Gánsters de la Política y ahora Vacunagate, mucho para digerir en tan poco tiempo. Si pasamos revista a nuestra historia republicana nos daremos cuenta que estamos ante un nuevo ciclo de corrupción, de esos que suceden cada cierto tiempo y que vienen acompañados por una ulterior reforma (o intentos de reforma) anticorrupción.

El último de esos episodios de corruptela generalizada se dio en los 90 y, tras él, llegaron las banderas reformistas de Paniagua y Toledo. Algo se avanzó: se sentenció a decenas de personas, se implementó un nuevo sistema anticorrupción, se crearon comisiones investigadoras en el Congreso (de las serias, no de las circenses).

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Volvimos a tener esperanza, a imaginar un país más potable. Pero el entusiasmo quedó en espejismo y las reformas demostraron ser cosméticas. Primero saltaron algunos escándalos de mediana magnitud con Toledo, luego vinieron los “Petroaudios” y uno que otro escándalo con Humala, hasta que llegó Lava Jato y, como un aluvión, todo lo demás, dejando a su paso una estela de sentencias amañadas, jueces traferos, y presidentes coimeros (pobrecitos, no tenían dinero para sus campañas).

En estos años hemos visto algunos intentos heroicos desde la Fiscalía (y también excesos). Vimos también lo inimaginable: se desmanteló el CNM (en el papel, el ente encargado de elegir a jueces y fiscales; en la práctica, un traficador de influencias) y se creó la JNJ. A pesar de la resistencia al interior del Congreso, y gracias a una ciudadanía vigilante, se aprobaron algunas leyes para fortalecer a las fiscalías anticorrupción y se le dieron competencias a la IUF para luchar contra el lavado. La reforma política quedó a medias. Todo siempre cuesta arriba e insuficiente.

Pero prefiero persistir en el idealismo. Ahora hay una ciudadanía cada vez más despierta y vigilante, y una prensa a la que no le tiembla la mano al publicar. Ojalá exijan las reformas que necesitamos para dejar de vivir expuestos a los sobresaltos episódicos de corrupción. De lo contrario, el Perú seguirá siendo un organismo enfermo, como sentenciaba González Prada allá por el siglo XIX.

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